viernes, 27 de diciembre de 2013

Pequeños seres animados

Me encanta recordar cosas de mi infancia. Son muchas las sensaciones que acuden a mi mente cuando pienso en los años del colegio. Una de las que más me gusta es cuando pienso en las papelerías en las que solíamos comprar. Algunas ya no existen, otras permanecen pero muy transformadas, y una de ellas está intacta, casi como si el tiempo no hubiese pasado por allí. En su escaparate, entre gomas de borrar, libretas, muñequitos Disney de plástico duro, rotuladores Roca y carpetas de anillas marrones destaca una cuidada selección de cuentos infantiles que casi son ya de coleccionistas. Celia y Cuchifritín miran desde detrás del escaparate, alegres, invitándome a comprarles.

Pero... ¡espera!, debo estar soñando... Celia y Cuchifritín han tomado vida. ¿El hada de Pinocho también les habrá concedido ser niños de carne y hueso?, porque justo a mi lado hay unos hermanitos vestidos como ellos.

Sorprendida y con la impresión de estar viviendo una situación onírica ante la evidente transmutación de personajes de cuento en seres reales, sigo andando por la calle. A los pocos minutos me encuentro a una niña que bien podría ser Mariquita Pérez, con su gorrito de capota y todo, dentro de un moderno carricoche de la marca Stokke que empuja una abuela enfundada en un llamativo abrigo de piel.

Un tanto angustiada por si no distingo realidad de ficción, miro un termómetro callejero, y constato que mi sensación de frío es real, 5ºC. Entonces... si no estoy soñando... ¿por qué el niño del escaparate llevaba pantaloncito corto y calcetín y su hermana medias hasta la rodilla?

Vuelvo a mirar a la niña-Mariquita Pérez y a su abuela, que esperan junto a mi para cruzar, y confirmo que el atuendo de la pequeña es estéticamente incompatible con el hiper-actual cochecito. En mi mente la imagen se asemeja a un cochinillo de Navidad con gorrito servido en bandeja por una engalanada camarera.

Noto que empiezo a hiperventilar agobiada por mi segura locura, que se manifiesta en transformación de la realidad... miro hacia arriba en busca de aire y... ¡qué alegría!, ¡no estoy loca!. Ya sé lo que ocurre. No son visiones. Lo que estoy contemplando esta mañana no son protagonistas de cuento vivos. Ahora sé que son reales al 100%. Termino de leer la placa de la calle en la que estoy "Príncipe de Vergara". Acude a mi un rayo de claridad sobre el misterio que me rodeaba. ¡Es Navidad en el Barrio de Salamanca! Ahora lo veo todo con nitidez. Los niños de las familias acomodadas están de paseo. Los vestiditos y pantaloncitos de cuadros tipo Príncipe de Gales, las medias con borlas y los calcetines son prendas obligadas estos días... aunque vayan transportados en un funcional Stokke o las criaturas rechinen los dientes de frío porque sus piernecitas vayan desnudas. La tradición, es la tradición, y ¿el buen gusto? es... ¿el buen gusto?. Lo digo porque Cuchifritín y Celia iban muy bien vestidos para 1930, pero para el 2013... a lo mejor, estarían ya un poco pasados de moda... pero, oye, que sobre gustos no hay nada escrito.

Aliviada por saber que no he perdido la cordura, y preocupada por los resfriados que es más que posible que pillen los pequeñines que van sin leotardos o pantalones largos, retomo el paso y empiezo a fijarme que, afortunadamente, la mayoría de los niños que diviso van equipados con ropa y conjuntos adecuados para el frío. Una tanda de preguntas vienen a mi, también como un recuerdo persistente de mi infancia, adolescencia y madurez, porque es algo casi metafísico que me ha perseguido a lo largo de mi vida: ¿los padres de los niños tipo Mariquita Pérez, Celia y Cuchifritín, serían capaces de ir por el mundo con pantalón corto o falda y con las pantorrillas al aire? ¿llevan sus progenitores capas o miriñaque? Entonces... ¿por qué disfrazan así a sus hijos y les hacen pasar frío?

Queda aquí toda mi solidaridad con los pequeños Pinochitos.



viernes, 20 de diciembre de 2013

Moda vecinal

Hace ya algún tiempo que noto un fenómeno llamativo en mi barrio. Como si de soldados se tratara, un número importante de vecinos visten cortados por el mismo patrón. Y lo digo casi en el sentido literal de la expresión. Ropas con colores llamativos, cortes asimétricos y frases escritas en las telas son el uniforme de muchos de los paseantes de las calles colindantes a la mía. Van todos equipados de Desigual.

Tiene guasa la cosa, la marca se llama "Desigual" y todo el barrio va engalanado "igual". En fin, cosas de la vida... bueno, y del marketing, y de la moda, y de la adicción a las marcas, y del precio... Sí, he dicho bien, del precio, también. No es que una lluvia mágica enviada por los responsables de la firma haya hipnotizado a mis vecinos y les haya enfundado en tan similar explosión de tonos y cortes. El motivo es mucho más sencillo y, posiblemente, incluso más efectivo que la magia. En una de las principales vías han abierto un outlet Desigual enorme, y con los descuentos, las prendas se quedan a un precio asequible a los bolsillos en crisis. La ubicación también es importante, porque mi barrio no se encuentra en una zona especialmente comercial y esta tienda "soluciona mucho".

Hasta hoy yo estaba muy contenta con mi análisis sociológico de la vestimenta vecinal. Orgullosa se lo había comentado a mi marido. Y sesudamente habíamos conversado sobre el tema, sacando conclusiones dignas de los tertulianos de la tele. Pero... esta mañana un descubrimiento ha venido a interferir en mi teoría, que ahora necesita ser completada. El hallazgo es que hay una tienda tipo chino-ropa regentada por un indio que tiene magníficas imitaciones de Desigual y cuyo dependiente utiliza de reclamo para introducirte casi a empujones en el local. El comerciante asegura que son fantásticas y muy baratas. Efectivamente, yo diría que son más originales, más bonitas y de mejor calidad que las de la firma original. Y, claro está son prendas más baratas aún que las del outlet.

Ahora, cada vez que vea a un viandante con ropa... digamos "tipo Desigual", tendré la duda de si es original o imitación. La legión de seguidores detectada en mi barrio ¿será porque son fieles a la marca en cuestión o porque son incondicionales de la tienda de ropa chino-indio? ¡Vete tú a saber!, aunque eso sí, ¡viva la moda!.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Mis héroes navideños

Si hace dos semanas me hubieran preguntado: "¿cuál crees que es el trabajo más estresante?", habría contestado: "controlador aéreo". No sé si es así o no, pero a mi mente siempre acude esta profesión como la más estresante porque informativamente nos han bombardeado con esta idea.

Sin embargo, algo en las últimas horas hace que hoy cambie mi respuesta. Aunque, eso sí, es una contestación con fecha de caducidad, en concreto 5 de enero por la noche. Sin dudarlo un segundo, estos días la profesión que más estrés tiene es la de dependiente de tienda o departamento de juguetes.

¿Os quedan Furbys rosas?; ¿han llegado más Pocoyós bailones?; ¿La herencia de la tía Ágatha con la nueva aplicación para Android?; ¿El monstruoso laboratorio para crear tu propio monstruo de las Monster High del escaparate está a la venta?; mi nieto quiere uno de esos muñecos que son una bola y que luego se despliegan y salen volando, ¿lo tenéis?... Pues así, todo dicho a la vez, en distintos tonos de exigencia y angustia, y, además, mientras cobran y envuelven todos los juguetes que pueden entrar en un carro de la compra, pasan las horas laborales los dependientes encargados de llevar la felicidad a los niños... y sobre todo a los padres. Porque... ¡menuda felicidad nos entra a los padres cuando por fin encontramos el p........ Furby!, aunque sea azul y rosa.

Son mis héroes estos días. Se ganan el pan con el sudor de la frente, pero literal. Y además, aguantar a los Papás Noeles y Reyes Magos de verdad no hay sueldo que lo pague. En las imágenes de cuentos y tarjetas todos son la viva estampa de la paciencia y el buen humor, pero en la vida real estos compradores y repartidores humanos de regalos sacan lo peor de ellos mismos para lograr tener entre sus manos la última Nancy o el último Spiderman.


martes, 17 de diciembre de 2013

El marujo que muchos llevan dentro

¿Cómo no nos dimos cuenta?  El famosísimo sketch (jolín con la palabrita, ¡qué dificil es de escribir!, confieso que hasta la he buscado en Google porque no sabía dónde ni cómo poner la k, la t yla ch), bueno pues a lo que iba, que el famosísimo sketch de 'Martes y 13' de la 'Empanadilla de Móstoles' retrataba una imagen visual y sonoramente onomatopéyica de un fenómeno que ahora va en alza. Pero en aquel momento no fuimos conscientes. Las caras de Millán, el diálogo de besugos, la insistencia de la oyente marujona... y no nos dimos cuenta de que aquella caricatura iba más allá y jugaba con algo que ha costado años sacar del armario. No, no es el la homosexualidad. Es un estado que cuesta aún más reconocer: ser marujo.

Ser maruja está mal visto. Es un término peyorativo que aplicamos a una condición de carácter y vida muy concreta. Todos tenemos la imagen de una maruja en la cabeza. Pues eso, la vecina de Móstoles interpretada por Josema Yuste. Todos dimos por supuesto que era una mujer. En aquel momento nadie pensó que podía ser un hombre. Cuando Encarna de Noche toma la llamada la presenta diciendo "amigo o amiga", y al oírla asimila que es mujer. Por supuesto los espectadores hicimos lo mismo. Entonces la sociedad española no estaba preparada para pensar lo contrario. El hombre era "muy hombre" y las únicas que podían tener atributos marujiles eran las féminas.

Si ser maruja está considerado casi como lo peor de lo peor, ser marujo ya es lo último que un ser humano admitiría, antes casi la muerte.

Pero todo cambia, y en los últimos años hay indicios de que tímidamente este asunto va evolucionando y algunos marujos van saliendo del armario. No diría yo que orgullosos, pero van dando sus pasitos. Creo que lo hacen involuntariamente y sin ser conscientes. Casi diría que más que salir del armario, su secreto se les escapa, cobra vida propia y van tras él... y... ¡zas!, quedan al descubierto.

Hoy, mientras esperaba turno en la caja del supermercado, he escuchado la conversación de los dos agentes de seguridad del centro. Hablaban sobre las lentejas que cocinaban ambos. A cual más ricas y espectaculares... con su pimientito, su chorizo... cocinadas con mimo y a fuego lento, ahí estaba el secreto. El uno al otro se recriminaban que no tenían ni idea de cocina y que para ricas, ricas las suyas. Y no te quiero decir nada de las paellas que eran capaces de preparar.

Por un segundo me ha parecido que estaba viviendo un déjà vu (otra palabrita que he tenido que buscar en Google para asegurarme que la escribía correctamente) porque hace poco había sido testigo de una escena idéntica. Pero no, no fue un déjà vu, sé que ocurrió de verdad.

¡Qué listos Josema y Millán! estaban jugando con la ambigüedad y con nosotros. Fueron unos visionarios e hicieron un guiño al futuro. Sabían que antes o después se destaparía la verdad, que hombres y mujeres no somos tan diferentes y sobre todo que marujos y marujas son iguales. Si, como es moda ahora entre los grupos clásicos, hacen una versión del sketch marujón por excelencia, fijo que Millán se dirigirá al oyente con términos que indiquen que al otro lado del teléfono está un hombre, no una mujer.

viernes, 13 de diciembre de 2013

El pesado de la fiesta

Estos días prolifera un germen que aunque no es dañino, es muy molesto. Las cenas navideñas de las empresas y los encuentros de amigos tan habituales en estas fechas, favorecen su aparición. El nombre científico es toxoplasta, pero es comúnmente conocido como "el plasta o el pesado de la fiesta".

Su tamaño no es microscópico, se le ve a la legua, y conviene huir de él en cuanto que se detecte su presencia, porque si te caza estás perdido, no se te despega en toda la noche. Suele ser de género masculino aunque hay excepciones y también puede ser femenino.

Su forma de actuar obedece al siguiente patrón: se sitúa al lado de la víctima para trincarle, le obstruye el paso para impedir su escapatoria arrinconándole contra la barra del bar o la pared y comienza a hablar compulsivamente sin dejarle meter baza. En las pocas pocas ocasiones en las que el damnificado puede decir algo le replicará con un chascarrillo o hará una fina rima tipo "5, tarariro, tarariro, por el tarariro te la hinco".

Los efectos físicos de este germen son un gran dolor de cabeza y con frecuencia ganas de vomitarle en la cara.

El mejor tratamiento para acabar con él es ponerle una excusa tipo "perdona, tengo que ir al baño" y situarse al otro lado de la sala sin volver a mirarle para evitar una recaída. Aún así es muy posible que atrape de nuevo al herido, ya que una vez que ha establecido contacto con un objetivo no ceja en su empeño de martirizarlo.

Por el momento no hay registrada ninguna asociación de afectados, pero es muy posible que el auge de las redes sociales facilite la creación de una.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Aprovechar cada segundo, vivir al límite

Echo de menos mi coche. No es un sentimiento ecológico, pero sí muy práctico. En Gotemburgo no sé que habría sido de mi sin él. Me daba independencia y, sobre todo, me quitó mucho frío, agua y nieve de encima. Mis niñas y yo íbamos estupendamente en nuestro pequeño gran Toyota Rav4 de dos puertas.

Lloré con mucho sentimiento el día que retiré mis pequeñas pertenencias de él y lo vendimos. Pero ese momento de mi vida ya pasó. En Madrid y para el tipo de actividad que tengo actualmente no me conviene tener coche. Utilizo la red pública de transporte y me va bien. Tiene inconvenientes, claro, pero también muchas ventajas. Una de ellas es que me da la oportunidad de hacer cosas que a mis 39 años aún no había experimentado.

Esta mañana he salido de casa a todo correr para llegar a tiempo al cole con la niña. Llevaba el abrigo en la mano, mi mochila del portátil, la de la niña, la bufanda a medio poner... y por supuesto iba con la cara lavada y recién peiná, como la canción, pero de aquello de "qué guapa estás, qué guapa estás", nada de nada. Con la ojera puesta y el rictus cansado, sí, que anoche era tardísimo cuando me acosté porque tenía que preparar varias cosillas del concierto de villancicos de la niña.

Como el tiempo es oro y hoy he tenido suerte de coger asiento en el autobús, he aprovechado para maquillarme y disimular la cara de ajo que tenía. Es la primera vez que lo hago. Ni siquiera lo había hecho durante la adolescencia para burlar la vigilancia paterna sobre el maquillaje. A la vejez viruelas.

Ahora es cuándo realmente necesito la habilidad de pintarme sin sacarme un ojo o darme un mal brochazo de colorete por culpa de los movimientos del tráfico y los tirones del autobús. El recién estrenado yuppi que iba sentado enfrente de mi no podía quitarme la vista de encima. Trataba de disimular con el móvil, pero no daba el pego. Estaba fascinado. Yo creo iba pensando que le había tocado en suerte una compañera de viaje loca de atar por aquello de que el autobús no es el mejor sitio para aplicar la sombra de ojos. Además intuyo que mentalmente el muchacho iba apostando en que momento un acelerón o un frenazo iban a ser responsables de algún desastre facial en mi. Pero no, la catástrofe no se ha producido. He logrado salir en mi parada maquillada, con todos los órganos en su sitio y transformada de supermami a superoficinista.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Filósofos y padres

Cada vez me estoy aficionando más a la Filosofía. Durante muchos años he pensado que los filósofos eran individuos con pocos problemas reales y mucho tiempo para darle al coco y lanzar teorías aburridas y enrevesadas con las que martirizar a los pobres estudiantes. Pero últimamente me estoy dando cuenta que muchos de ellos tenían una vertiente bien mundana y práctica. Debe ser que además de la profesión de filósofos tendrían una vida privada de las de andar por casa. Y claro, como al final es inevitable no mezclar el trabajo y ámbito familiar pues las grandes teorías y frases de la Filosofía son parte de nuestro día a día. ¡Qué sabios los filósofos!, cómo se nota que "la experiencia es la madre de todas las ciencias" (autor desconocido).

Yo le insisto mucho a mi hija en que guarde siempre las cosas en el mismo sitio para luego encontrarlas. Hace unos días perdí una diadema, y la niña, sin ningún tipo de ironía, sólo con la intención de demostrarme que yo siempre tengo razón y que hay que seguir mis indicaciones, me dijo: "mamá, si pusieras siempre las cosas en el mismo sitio no te pasaría esto". Ni que decir tiene que tuve que admitir que así era y que intentaría que no volviera a ocurrir.

Hoy nos hemos encontrado con un niño al que conocemos del parque y a su mamá. Íbamos hablando por el camino sobre las Navidades y cosas por hacer con niños. El chavalín muy concienciado ha dicho que estas vacaciones iban a poder hacer poco porque con la crisis su papá dice que no se puede gastar dinero. A la mamá y a mi nos ha entrado un ataque de risa por su espontaneidad y nuevamente hemos tenido que darle la razón.

Definitivamente la hija de Aristóteles debió una gran influencia en la famosa frase de su padre " el hombre es esclavo de sus palabras".

Los dictadores de la belleza

¿Quién dijo que la vida de culto al cuerpo es fácil? A mi el paso por los estilistas de belleza me estresa muchísimo. Y menos mal que mi autoestima es alta, porque de lo contrario empalmaría directamente sesión de belleza con sesión de psicólogo.

Es entrar en una cabina de belleza y el pulso se me acelera. Me empiezo a hacer pequeñita y como si fueran sombras chinescas de malvados monstruos veo reflejados sobre las paredes mis complejos estéticos. El esteticista siempre es graaaaaaaande y habla con tal autoridad y mando que no me atrevo a chistar.

No todos son iguales, claro. Unos son más dulces, otros son más rudos y los hay que bien podrían ser el mismisimo Führer de la estética.

Me considero normalmente agraciada. Me encantaría ser como Audrey Hepburn, pero estoy contenta con no parecerme a Camilla Parker. Aunque lo mismo no soy objetiva del todo si tengo en cuenta los comentarios que me hizo hace unos años una profesional de la estética. Si hago caso de sus observaciones debo ser el doble de Rosi de Palma o una de las señoritas de Avignon que se escapó del cuadro y se materializó como humano. No sé si aquella pobre mujer ha podido volver a dormir después de verme a mi, la mismisima encarnación del asimetrismo facial, pero desde luego yo aún tengo escalofríos cuando recuerdo cómo estaba situada a mi espalda y las dos nos veíamos reflejadas en el espejo. No he podido olvidar sus aspavientos con las manos y sus grititos agudos indicándome lo escandalosamente asimétrica que era mi cara.

En otra ocasión el motivo de alarma estética fueron mis cejas. Al esteticista no le gustaba la forma en que me las depilaba. Temí que sacara una regla de madera y me palmoteara los dedos a modo de castigo. No lo hizo, pero intuyo que me libré por poco.

Hay un par de cuestiones que me tienen inquieta porque no encuentro la respuesta. La primera es: ¿si tan claro tienen cuáles son los códigos de belleza correctos, por qué muchos de ellos no se los aplican?. Y la segunda es: ¿por qué no comprenden que no todo el mundo tiene que coincidir con sus gustos y que no existe un único patrón estético? Yo quiero que me aconsejen, no que me torturen.

lunes, 9 de diciembre de 2013

No a la bordería, sí a la simpatía

Hay actitudes que nos sientan mal a todos. Una de ellas es cuando alguien te dice algo con "tonito" condescendiente. Si además ese tono va acompañado de conducta y gestos bruscos, la escena se vuelve bastante surealista y desagradable.

Eso es lo que me ha pasado esta mañana con un conserje en un lugar que no voy a identificar para evitar problemas (a veces soy cobarde, sí). Yo le he solicitado amablemente una petición rutinaria y sin ningún tipo de maldad o ganas de molestar por mi parte. Simplemente quería pasar a hablar con una persona a la que tenía que comentarle algo. El personaje en cuestión ha sido tan borde, y a la vez el tono que ha utilizado tan ficticio-paternal, que he pensado que me estaba vacilando, y que sólo quería bromear conmigo. Pero no, lo decía totalmente en serio, y no me ha dejado pasar, me ha mandado a la calle sin más ni más, prometiéndome eso sí, que daría mi recado al interesado en cuestión. Afortunadamente para él/ella (no se sabe muy bien a qué género pertenece) el estupor me ha invadido antes que la mala leche, que hizo acto de presencia cuando ya estaba lejos.

Esto es una de las cosas que más echo de menos de Suecia. Creo que ya lo he comentado en algún otro post. El trato al público allí es exquisito. Algún impresentable me he encontrado también, claro, pero creo que en tres años no han sido más de tres. Buena estadística, uno por año. Aquí casi diría que voy a uno por hora. ¡Bendito carácter español! ¿Será ésto la furia española? Pues... ¡qué bien!. Si es así, desde luego me quedo mil veces antes con la calmachicha sueca. Seré una ilusa, o una utópica, no lo discuto, pero prefiero las relaciones humanas basadas en el respeto. Ahí sí que los suecos nos ganan por goleada.

Y como alguién me haga el manido comentario de "bienvenida a España, ésto es lo que hay, acostúmbrate", juro que grito. No me da la gana resignarme. Pienso denunciarlo públicamente cada vez que me traten mal como medida para promover un cambio de actitud entre los españoles. Mi lema es: "no seas borde y no dejes que sean borde contigo, ¡viva la sonrisa!". We can!

jueves, 5 de diciembre de 2013

Ya llega la Navidad

Estamos a punto de entrar en uno de los puentes más esperados del año. Siempre me ha gustado. Es el pistoletazo de salida de la Navidad. Sí, soy de las que les gusta la Navidad, y más aún con niños. Me gustan los encuentros con los amigos (digan lo que digan en estas fechas todos hacemos más esfuerzos por quedar que el resto del año); me gusta el sorteo de Navidad; me gusta pasar más tiempo con la familia (aunque se discuta más); me gustan las luces de la ciudad; me gusta tener algún día de vacaciones; me gusta decorar la casa; me gusta pensar en los regalos; me gustan los dulces navideños; me gusta engañar a mis hijas con la magia de Papá Nöel y los Reyes Magos; me gustan los villancicos y los conciertos navideños; me gusta la tarde del 5 de enero y me gusta la mañana de Reyes. Y para mi, la Navidad es la Navidad con todas sus connotaciones religiosas, y no es Winter Festival ni eufemismos similares.

Por eso, este fin de semana es muy especial en nuestro hogar, porque preparamos la casa para disfrutar de la Navidad. Sacaremos el árbol y las bolas y... la Navidad habrá llegado a casa.

Aunque parece que no va a hacer mucho frío y podremos aprovechar a disfrutar del sol invernal, sé que sucumbir y compraré unos churros buenísimos que venden al lado de mi casa y que consiguen que huela todo el barrio a una mezcla perfecta entre aceite y azúcar. No me voy a resistir a hacer un chocolatito bien caliente para recargar fuerzas y terminar la decoración navideña. Además, la experiencia de ir a comprar los churros te deja con la sonrisa socorrona en la cara toda la tarde. El establecimiento es un camión-obrador de los de las ferias. El churrero y la dependienta parecen personajes de los cómic de Ibañez, y por si alguien tiene la tentación de inmortalizarles en una fotografía y subirlos a Facebook o enviar un whatsapp a los amigos, un cartel con la advertencia "Prohibido hacer fotos" testimonia que la curiosa pareja es consciente de su peculiaridad y disuade al personal.

Si alguien no tiene plan para este fin de semana, y le guste la Navidad o no, si le gustan los churros o simplemente quiere ver en carne y hueso a prototipos de vecinos de La 13 Rue del Percebe, que se de un paseito por El Retiro y termine la tarde visitando el camión-churrería de la Plaza de Mariano de Cavia. Tarde exitosa, seguro.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Viaje-espectáculo, ¡ya!

Coger el autobús es un acto generalmente rutinario y aburrido. Nos subimos en él de forma tan mecánica que, la mayoría de las veces, ni reparamos en el conductor. Es casi como si los autobuses fueran conducidos por el personas invisibles o por máquinas.

Pero no, son humanos y algunos de ellos lejos de asumir pacientemente ese segundo plano al que todos les relegamos, apuestan fuerte por imprimir su carácter en el vehículo de transporte humano que es su centro de trabajo.

Esta mañana he llegado al trabajo tarareando insistentemente en mi mente distintos acompañamientos de batería. El responsable ha sido el conductor del autobús que ha hecho una selección musical heavy con la que ha amenizado el camino. No soy yo muy de este tipo de música, pero bueno, por lo menos el son era cañero y me ha espabilado. Al tiempo que conducía, el hombre movía la cabeza y utilizaba el volante y sus dedos como batería y palos imaginarios, haciendo los coros al grupo que sonaba a un volumen más bien alto. Nadie se ha atrevido a pedirle un cambio de género. Ya se sabe que contra gustos no hay nada escrito, y en el autobús manda el conductor. Si otro día subo a uno conducido por un fan de La Pantoja o de reggaeton, tampoco pienso decir ni mu.

Pero algunos conductores no se quedan sólo en la selección musical. Algunos dan el espectáculo y hacen performance y todo. Esta mañana he recordado una curiosa experiencia en Gotemburgo. En una ocasión subí a un autobús cuyo chófer llevaba un sombrero tejano. Cada vez que entraba alguien se lo quitaba, le daba la bienvenida y entonaba una animada canción que intuyo era personalizada. Digo intuyo porque como era en sueco no entendía nada. Los pasajeros que bajaban eran igualmente despedidos por un amable gesto de cortesía con el sombrero y unas palabras con acento supuestamente americano, creo.

Este tipo de viajes son mucho más amenos y divertidos. Y además, con el precio que ha adquirido el transporte debería ser obligatorio que los viajes fueran con espectáculo incluido.

martes, 3 de diciembre de 2013

La filosofía de la vida

Esta mañana me he despertado con una revelación que me ha dejado muy tranquila, porque confieso que anoche me acosté preocupada por un pequeño conflicto filosófico-vital que se instaló en mi mente. He abierto los ojos y lo he visto con claridad. Hay personas a las que la vida les domina y hay otras que dominan la vida. Yo pertenezco al primer grupo. Hoy por fin me he dado cuenta y he de admitir que me he puesto muy contenta de entender por fin qué me sucedía.

Sí, sí, la vida me domina. Lo reconozco, lo asumo y estoy muy feliz. Es ella la que me marca el ritmo de mi existencia y yo respondo como puedo, unas veces mejor y otras peor. Quiero decir, que unas veces doy respuestas alegres, vitales, optimistas... y otras me enfado, lloro, pataleo, me siento triste... en fin, lo que dicen que es ser "humano".

Sin embargo, debe ser que hay otro grupo de humanos que dominan la vida. A ellos no les afecta nada. Siempre son zen. La vida actúa y ellos asisten impávidos a la representación. Nada de aplausos o silbidos, solo contemplación. Son pocos los elegidos. Algo así como el "superhombre" de Nietzsche, pero ojo, que el término engloba a hombres y a mujeres.

Me siento afortunada de ser un simple humano. ¡Menuda responsabilidad ser un superhombre!, ¡qué presión!, quita, quita... Además, hay otro pequeño detalle. Como diría el dúo humorístico "Cruz y Raya", máximos representantes de los "anti-superhombres", los superhombres son aburridos y plomizos hasta resultar muuuuuuuu' cansinos.

viernes, 29 de noviembre de 2013

Superwoman y sus superpoderes de recuperación

El día ha sido muuuuy largo. No he parado. Creo que soy eso que llaman una "superwoman". Y no lo digo con orgullo. Más bien lo digo con lástima de mi misma. Que sí, que sé que hacerse la víctima está mal visto. Pero al menos quiero quejarme un poquito. Es mi pequeña recompensa de hoy.

Estoy un poco pachucha. Una gripe, no más. El miércoles me fui de la oficina hecha una patata. Creí que no llegaba a casa. Cogí un taxi y el trayecto, que es corto, se me hizo infinito. Al entrar por la puerta tiré todo en el salón, abrigo incluido y me metí en la cama. Mi marido fue a por las niñas y se ocupó de todo con la ayuda de las peques, que se portaron fenomenal, porque yo esa tarde no salí de la piltra. Hacía años que no me sentía tan mal.

Pero mira tú que ayer ya estaba mejor. Sólo tenía un dolor de cabeza de los gordos, ¡bah! nada que no pudiera quitar paracetamol de 1 gramo. Animada por mi mejoría y porque ante mi se presentaba un día de mantita y sopa caliente, al más puro estilo de persona convaleciente, me senté ante el televisor. No pude soportar la programación matutina de las tropecientas mil cadenas que van ahora por cable. Hacía años que no veía la tele por la mañana. Estoy contenta de comprobar que no me he perdido nada. La caja tonta sí que fue efectiva para ponerme las pilas y ayudar a mi recuperación. Decidí que mejor hacer labores caserillas tranquilas. Y a lo tonto, a lo tonto puse la casa a tono, al más puro estilo de marujilla. Eso sí, a mi ritmo y sin agotarme, que tampoco era plan.

Pero ¡ah!, amigo. Hoy, aunque no bien del todo aún, ya estaba muuuucho, pero que mucho mejor. Sólo tenía un poco tonto el estómago, pero nada más. Vista la experiencia de ayer, nada de tele. A aprovechar el tiempo. Pongamos en orden la habitación de la peque, que está hecha una leonera y ya no se encuentra na'. Bueno, pues genial porque no me ha dado tiempo casi ni a comer, aunque eso es lo de menos, total tenía mal el estómago, poca comida es mejor. Después he preparado corriendo las meriendas, me he ido a por las niñas y, tras dar el relevo a una amiga para que las llevara a casa porque nosotros teníamos tutoría con las profesoras del cole de la mayor, he ido a hacer la compra. Casi he agradecido que el gas se nos haya estropeado para saltarnos el momento de los baños de las niñas.

En fin, que son casi las 12 de la noche y aún no había encontrado el tiempo para escribir el post de hoy. Una vez le dije a mi madre que "ojalá el día tuviera 48 horas". Mi madre me miró entre divertida y horrorizada y tiernamente me contestó "ni hablar, 24 son suficientes. Si hubiera 48 trabajarías el doble y te quedaría el doble de cosas por hacer". ¡Ay!, ¡qué sabias son las madres!.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Los auténticos vintage

Ahora está muy de moda el término vintage. Todo es vintage: la ropa, los accesorios, la decoración... hasta las personas son vintage. Pero hay que distinguir entre dos tipos de vintage: el auténtico y el simulado. Y no hay color, donde esté el auténtico, que se quite el simulado.

El simulado quiere dar el pego, pero no termina de conseguirlo. Aunque sean cosas del año del pum, como se mezclan con objetos modernos, termina por resultar moderno-chachi, pero no genuíno. Y conste que yo estoy a favor del reciclaje-vintage, y más en estos tiempos de crisis. Como dice mi hermana "yo me he vuelto muy vintage" y he sacado prendas del fondo del armario "qué no veas cómo me solucionan".

Ahora bien, el vintage legítimo no tiene precio. Mi hermana acompañó el otro día a mi padre al médico. Era una consulta con un especialista nuevo al que no conocíamos. Cuando hablé con ella por teléfono para que me contara cómo les había ido y qué le había parecido el galeno me dijo: "muy majo, aunque un tanto peculiar... era... muy vintage. Llevaba unas gafas tipo Ray Ban, como aquellas que tenía Manolo allá por los 70." "Ah, pero ¿no sería un moderno?", le contesté yo, "ya sabes que ahora las gafas esas están otra vez de moda". "Ja, ja, ja...", se rió mi hermana, "no, no. Estas eran auténticas. Vamos que se notaba que llevaban con él desde los 70".

Mientras hablaba con ella para imaginarme al doctor acudió en mi ayuda la imagen de una dependienta de una tienda de ultramarinos que había en mi barrio. Ella sí que era vintage en estado puro, y ya entonces, allá por los 90. Ahora será la envidia de los vintage de pacotilla. Lástima que la tienda ya no exista y haga años que no la veo, pero fijo que sigue fiel a su estilo. Aquellas gafas de concha con forma redondeada. La coleta que recogía su mata de pelo negro como el azabache. Los pendientes de bola blanca. El carmín rojo para sus labios y la sombra de ojos verde. La camisa con cuello bebé y forma de trapecio y... los pantalones acampanados verdes (haciendo juego con la sombra de ojos) en género de lanilla. Total, era total. No he podido olvidarla. Entonces pensaba que estaba desfasada a más no poder, pero el tiempo ha hecho justicia a su fidelidad en la forma de vestir y la ha hecho revivir en mi mente como un verdadero icono vintage.

martes, 26 de noviembre de 2013

Doble silencio

Es impresionante cómo internet puede llegar a intervenir en la vida de las personas. Hace unos minutos he sido capaz de saber la fecha exacta en la que una película me hizo ser consciente de un problema casi tabú. El largometraje se emitió el jueves 27 de agosto de 1998, a las 16.10 de la tarde por Telecinco. Ahí es nada, en el siglo anterior. Todos estos datos se los debo al servicio de archivo digital de los periódicos españoles. Ha sido teclear en Google el nombre de la peli y ¡tachín!, ahí estaba toda la información.

Tengo mala memoria, y es muy raro que me acuerde de cosas como títulos, nombres o calles. Pero en esta ocasión el nombre del film ha permanecido en mi mente porque, como decía, me hizo ver una realidad que vive casi en la clandestinidad. Ellos no lo cuentan, este es el título y el resumen de la película. Es lo que comúnmente conocemos en España como un "estrenos tv". Un largometraje de bajo presupuesto, poca calidad y generalmente lacrimógeno.  Ideal para hacer la digestión y muy frecuentemente inductor de una placentera siesta en el sofá. Pero también suelen ser eficaces transmisores de información sobre problemas o situaciones injustas. Supongo que la comodidad y la seguridad del sofá, unido al momento de reposo tras la comida, hacen que nuestras neuronas estén más receptivas al sufrimiento humano y nos sintamos más solidarios.

La peli es de 1996 y está protagonizada por Peter Strauss, el famoso hermano rico de la exitosa serie de los '70 "Hombre rico, hombre pobre". El crítico cinematográfico que hacía la reseña en el periódico describía así el film: "El argumento es el de siempre, pero al revés -un hombre sufre malos tratos en su matrimonio-, lo que al menos le da un toque de originalidad a la historia. El resto no me rece la pena".

Creo que las víctimas masculinas de malos tratos no se sentirán muy comprendidos con el comentario de "al menos le da un toque de originalidad a la historia". Que haya menos hombres maltratados que mujeres no es un punto de originalidad, es un dato, solamente eso. Pero el maltrato es maltrato, sea quién sea quien lo sufre y sea quién sea quién lo inflige.

Ayer fue el Día Mundial Contra la Violencia de Género, es decir, contra la violencia ejercida sobre las mujeres. Yo soy de las que piensa que este término está mal utilizado. La Violoencia de Género puede ser de género femenino o de género masculino. Creo que es un término que debería englobar tanto a hombres como a mujeres, porque, desgraciadamente, ambos pueden padecer violencia. Y habría que distinguir entre Violencia contra las Mujeres, y Violencia contra los Hombres.

Mi post de ayer estaba dedicado a las mujeres maltratadas. No quería quitarles protagonismo. Al contrario, quería hacerles un homenaje. Pero si confieso la verdad todo el día estuve pensando también en los hombres maltratados. No puedo evitarlo para mi género es género, ya sea masculino o femenino. Además, pienso que aunque es imposible cuantificar el silencio de las víctimas de malos tratos lo que sí se percibe es que en el caso de los hombres aún es más difícil hablar. La presión social, el miedo a ver cuestionado ese rasgo tan valorado como es la virilidad o el temor a ser tachados de mentirosos son responsables del sufrimiento en re-silencio.

El Instituto Nacional de Estadística recoge que en 2011 un 25% de las denuncias de violencia doméstica fueron presentadas por hombres. En 2011, 7 hombres y 62 mujeres fueron asesinados por sus parejas o ex-parejas.  ¿Sólo 7? Sí, 7 vidas sesgadas exactamente igual que las otras 62. Mi post de hoy es para ellos. Para que no caigan en el olvido. Ayer fue un día para recordar el salvajismo contra las mujeres. Hoy es un buen día para recordar que los hombres también pueden estar pasando por el mismo calvario. Éste tiene que ser un problema conocido y comprendido exactamente igual que en el caso de la mujer.


lunes, 25 de noviembre de 2013

Violencia de género... no hay dos, sin tres

Hoy es el Día Mundial Contra la Violencia de Género. Cuando esta mañana he abierto mi perfil de Facebook y he visto que un amigo había puesto una imagen para solidarizarse con las mujeres maltratadas, una vez más ha acudido a mi mente el caso de una de las últimas víctimas en España.

A mediados de noviembre una mujer fue asesinada por su última pareja en Torremolinos. Al oír la noticia en la radio un sentimiento de tristeza e indignación recorrió mi cuerpo, como, por desgracia, otras muchas veces. Levantarse con este tipo de casos es dolorosamente habitual, pero no por eso menos lamentable. Sin embargo, esta vez mi estupor fue mayor. La víctima ya había presentado con anterioridad denuncias de malos tratos contra dos parejas diferentes. Es decir, que al menos había sido maltratada por tres hombres distintos.

Inmediatamente pensé que la pobre mujer había tenido muy mala suerte al encontrarse con estos animales. Imaginé lo triste y desesperante que debió ser su vida. Una profunda pena me invadió y sin poder evitarlo lo comparé con mi vida y mi pareja. Suspiré y al tiempo que me sentía muy afortuna di gracias por haber tenido la buena suerte de cruzarme con mi marido, por tener un padre y un hermano maravillosos y por no haber encontrado nunca en mi camino un maltratador.

Sé que hay gente que no compartirá conmigo que el tema del matrato está ligado a la suerte. Los especialistas en el tema hablan de perfiles emocionales, tanto de la víctima como del agresor. Y claro está que la psicología es clave. Pero la suerte también. Yo soy como soy, y mi vida es la que es. Pero ¿cómo sería si yo hubiese nacido en un hogar donde mi padre maltratara a mi madre?. ¿Qué habría pasado si mi primer novio hubiese sido un maltratador?. No puedo responder. Nadie lo puede hacer. Pero esas situaciones no habrían sido elegidas por mi, simplemente me habría tocado vivirlas.

Creo que en el tema de la violencia de género es fundamental un buen apoyo y tratamiento psicológico a las víctimas. El aspecto de la dependencia emocional de estas mujeres debería ser abordado y valorado de forma muy especial para tratarlo y evitar que vuelvan a caer en garras de depredadores. La suerte es la suerte, pero con herramientas es posible burlarla.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Cegada de amor

Ya lo dice el refrán: "el perro y el niño, donde ven cariño". Los dichos populares son un gran reflejo de la sociedad. Esta frase es absolutamente cierta, pero aunque parece equiparar en igualdad de condiciones al niño y al perro, lo cierto es que no son lo mismo, ¿o sí?. Bueno, la respuesta dependerá de quién conteste a esta pregunta.

Esta mañana hacía frío en Madrid, el suficiente como para equipar a los niños pequeños con gorros para evitar que el frío pueda afectar a sus delicados oídos. Mi hija llevaba uno de esos feos a rabiar, pero práctico a más no poder, conocido como "verdugo". Nos hemos cruzado por la calle con dos señoras en edad de ser abuelas que iban en animada conversación. Una empujaba un carricoche en el que estaba sentada una niña de la edad de mi pequeña, que no llevaba gorrito. Al cruzarse con nosotras la mujer, con tono lastimero y preocupado, le ha dicho a su amiga: "mira qué bien va esa niña. A la mía es imposible ponerle un gorro. Se los quita todos". Casi pisándole las palabras, la otra señora, que paseaba un perro no muy grande, babeante y con cara de pocos amigos (yo creo que era un Bulldog Inglés), le ha soltado de forma profunda y sincera: "¡qué me vas a contar a mi!. Te entiendo perfectamente". Mientras hacía requiebros para no ser arrastrada por el animal y señalarle al mismo tiempo, ha rematado diciendo: "A éste no hay quién le ponga una mantita."

Obviamente si a esta mujer le hacemos la pregunta que proponía al principio, su respuesta sería que niño y perro misma cosa son. A las pruebas me remito.


miércoles, 20 de noviembre de 2013

Colecciones que siempre están de moda

Nunca he sido especialmente fanática del coleccionismo. De pequeña me gustaban las colecciones de cromos. Como casi todos los niños de mi generación seguí fielmente las promociones de Danone que lanzó algunos clásicos del cromo como "La Vuelta al Mundo de Willy Fogg". Y no me pude resistir tampoco a las edulcoradas estampitas de niñas de "Miss Petticoat".

Creí que mis días de recopilación habían finalizado ya, y que con aquellos álbumes mi contribución a la causa coleccionista había finalizado. Estaba equivocada. Desde hace un mes en casa hemos empezado una nueva colección, pero que siempre está de moda. Es muy conocida entre los padres. Se llama "colección de -itis". Ya tenemos a nuestras espaldas gastroenteritis, bronquitis, faringitis, otitis, tubaritis y conjuntivitis. Y también tenemos algunas repes, como la faringitis y la gastroenteritis. ¡Jo, qué afortunados somos! hasta podemos intercambiar y todo: en el cole, en la guarde, en la oficina, con los amigos...

Esta compilación de -itis no sólo nos están dando horas de diversión familiar, también consiguen que ampliemos nuestro círculo social y cultural. Si no fuera gracias a ellas no estaría en estrecho contacto con nuestro pediatra. Esta semana ya le he visto dos días seguidos. Como es cubano y muy simpático, entrar en la consulta es casi como sentirse en La Habana, máxime si se añade la falta de algunos medios debido a los recortes sanitarios. Fidel, sí se llama Fidel, me cuenta cosas de su país mientras hace la revisión a mis hijas. Yo le explico cómo es la vida en Suecia y ya le he prometido hacerle un pastel de manzana sueco. El próximo día le voy a proponer que nos vayamos a bailar salsa, total, ya somos íntimos. Lo único que me da miedo de esta situación es que a mi se me pegan con mucha facilidad los acentos y no puedo evitarlo. Ahora voy por el mundo diciendo "tu ya sabes", "no, mi amol" y "tremenda tos". Cuando entro en el consultorio tengo que hacer un gran esfuerzo por evitarlo. No quiero que mi Fidel del alma, mi salvador, mi confidente, se mosqué conmigo pensando que me estoy cachondeando. Sin él nuestra colección podría ser mucho más larga, y no quiero. Yo quiero terminar esta colección "pero ya mismito, mi amol".

martes, 19 de noviembre de 2013

¿Reciclar es cosa de mujeres?

Soy verde, soy ecológica, soy defensora del Medioambiente. Pero no me gusta reciclar. Seamos honestos ¿quién se divierte separando basura orgánica de inorgánica, vidrio de cristal, papel de plástico...? Yo reconozco que lo aborrezco. Me aburre, me da pereza y además, me pone nerviosa porque nunca estoy segura de estar haciéndolo bien. Siempre tengo la sospecha de que he echado algo en la basura de plástico que debería haber ido a la normal, y muchas veces no sé si un envase es vidrio o cristal.

Pues a pesar de todo eso, reciclo. Ya digo que no sé si bien o mal, pero lo hago. Soy una buena ciudadana que quiere dejar lo mejor posible el planeta a sus hijas. Con estas premisas golpeándome en la cabeza me animo cada día a seguir con la tarea.

Al principio de casarmos era complicado reciclar. Vivíamos en un mini apartamento en el que había que decidir: o poner de elemento decorativo los cuatro tipos de cubos de basura necesarios para seguir las normas del reciclaje español o engrosar la lista de enemigos del medioambiente. Durante los primeros años de vida en pareja el sentido de la estética ganó la partida al deber medioambiental.

Cuando nuestra fortuna mejoró y nos mudamos a un piso más grande, el orgullo cívico acudió a nuestra casa. No dudamos en reciclar. No recuerdo que habláramos explícitamente del tema, pero aún conservo la sensación de que ambos estábamos de acuerdo. Por eso siempre me causa estupor que mi conyugue olvide sacar y/o preparar el reciclaje. Esta parte del proceso es la que más odio. El plástico lo recoge la comunidad como parte de la basura tres veces en semana. El papel y el vidrio va por nuestra cuenta. 

En nuestra casa, la bolsa amarilla puede ir creciendo hasta límites insospechados sin que nadie, excepto yo, parezca reparar en el volumen que está alcanzando. Idem para vidrio y papel. A veces hago la prueba de esperar pacientemente para ver si “alguien” toma la iniciativa de cambiar la bolsa amarilla y bajar papel y vidrio. Siendo muy generosa puedo asegurar que esta situación se ha producido en contadísimas ocasiones.

Yo estaba convencida de que era algo que sólo ocurría en mi casa. Pero mira por dónde que el otro día la madre de una compañera de colegio de mi hija contó exactamente lo mismo. Desde ese día he empezado a pensar que este pasotismo ante el crecimiento de basura de reciclaje es un rasgo diferenciador más entre hombres y mujeres. Claro que también puede ser casualidad que nos hayamos encontrado dos mujeres con la misma problemática doméstica. En cualquier caso, aquí queda mi reflexión.


lunes, 18 de noviembre de 2013

Dos décadas después...

Con frecuencia se me olvidan los años que tengo. Me descubro pensando que tengo una edad indefinida entre los 15 y los 20. ¡Soy una chavala!. Pero cuando me miro en el espejo o acuden a mi mente preocupaciones laborales o maternales reparo en mi edad real, casi 40. La vida pasa muy rápido. Qué cierta es esta popular afirmación. Durante la niñez y la adolescencia no se es consciente. El reloj empieza a acelerarse en la madurez.

Recuperar algunos instantes de cuándo éramos adolescentes es uno de los más valiosos regalos que podemos recibir. Yo he sido una de las afortunadas que este fin de semana ha podido dar un paseo por el pasado y volver a respirar la energía de los 17 años.

A través de Facebook un compañero de colegio convocó una quedada de la promoción de nuestro curso. La respuesta no fue muy masiva. Se intentó contactar con todos los alumnos, pero fue difícil. Muchos no tenían perfil en esta red, de otros no se logró encontrar teléfono o mail y varios no pudieron o no quisieron acudir.

A la cita acudimos un pequeño grupo, pero fue una tarde muy divertida y agradable. Recordamos anécdotas, nos pusimos al día de nuestras vidas y retomamos viejas amistades. El buen rollo nos acompañó toda la velada. Nada de alardeos o cotilleos malsanos. Sólo amistad y camaradería.

Han transcurrido 22 años desde que salimos del colegio. En este tiempo nos hemos hecho mayores, en toda la extensión de la palabra, tanto física como mentalmente. Pero todos conservamos nuestra esencia. Fue divertido ver cómo seguíamos fieles a un estilo. Influidos por la moda y actuales, sí, pero cada uno seguidor de su propia forma de vestir. En cierto modo fue como si hubiéramos crecido dentro de nuestra ropa.

El reencuentro me sirvió también para darme cuenta de la diferencia fundamental entre los 17 años y los 39. No es el aspecto físico, que puede ser el más chocante de entrada. Es el mental, y no por la forma de pensar, que creo que aunque se haya matizado no ha sufrido un cambio radical. Me di cuenta que en lo que verdaderamente somos distintos es en la confianza en nosotros mismos. Por primera vez fui realmente consciente de lo vulnerables, tímidos y tiernos que éramos en la década de los 90. Y noté cómo los años y las experiencias forjan la personalidad y nos dan aplomo y serenidad.

¡Chin-chin!, un brindis conjunto por los 17 y por los 39.



viernes, 15 de noviembre de 2013

Para muestra sanitaria... varios botones

Dicen que no se puede generalizar. Y es verdad. Por eso hoy voy a personalizar. Y además voy a hacerlo utilizando una herramienta muy popular en España: la puntuación. Hoy me uno a la corriente. Me parece que es una buena forma de contar lo que me ha pasado esta mañana. No tiene valor de estudio sociológico porque la muestra es limitada a unas pocas horas y a una sola experiencia, la mía. Pero quiero ser lo más objetiva posible con la situación y a la vez quiero dejar constancia de mi indignación. Pretendo hacer un llamamiento a la necesidad de cambio en la actitud de muchos profesionales relacionados con la salud.

Llevo toda la mañana de médicos. El primer encuentro ha sido con una administrativa del centro de salud. Mi puntuación para ella ha sido: 6 en amabilidad, 5 en empatía y 10 ejercicio profesional. En conjunto el regusto que me ha dejado ha sido un poco amargo.

Después he visitado con mi hija al pediatra. En amabilidad ha conseguido un 10, en empatía también 10 y en ejercicio profesional otro 10. Hemos salido de la consulta sonriendo a pesar de la otitis.

A continuación he acompañado a mis padres, que tienen 82 años, a las consultas externas del hospital. Nos ha recibido la secretaria del departamento. Amabilidad: 4; empatía: 3; ejercicio profesional: 10. Me he sentado en la sala de espera sintiéndome, junto con mis padres, un número de expediente. Hemos esperado que nos llamaran a consulta. El médico ha pronunciado el nombre de mi madre a un volumen tan bajo que es posible que sólo el cuello de su camisa y yo hayamos podido escucharlo. El cuello de su camisa por proximidad. Yo porque tenía mis cinco sentidos concentrados en la esperada llamada por miedo a no enterarme y perder nuestro turno. Hemos dado con el número de la sala a la que debíamos pasar gracias a mi agilidad. He adelantado a mis padres, que aún estaban cogiendo bastones y abrigos, y he llegado al pasillo de los despachos justo a tiempo de ver un hombro enfundado en bata blanca que se introducía en la número 9. Hábilmente he deducido que era nuestro médico y nuestra consulta. El doctor ha obtenido 3 en amabilidad, 0 en empatía y 6 en ejercicio profesional. Una profunda tristeza y un alto grado de mal humor y disgusto me ha acompañado al salir del despacho.

La última parada del día era el departamento de citaciones del hospital. Llevaba la misión de pedir cita en dos servicios diferentes para lo que era necesario seguir turnos distintos. Tras casi dos horas de espera me ha tocado en uno de ellos. La administrativa ha logrado un 2 en amabilidad, un 1 en empatía y un 0 en ejercicio profesional. Gracias a su proceder laboral perdí el otro turno, aunque al empezar con ella tenía aún 20 números por delante. Hora y media después he finalizado mi tarea cuando otra administrativa ha registrado la última cita de mi madre. Esta empleada ha sacado un 5 en amabilidad, un 6 en empatía y un 7 en ejercicio profesional.

Si has leído este post y perteneces a este sector no te sientas atacado. Tómalo como una crítica constructiva. Piensa en qué puntuación consideras que estás y actúa en consecuencia. Si puedes mejorar, por favor, hazlo; y eres de sobresaliente, enhorabuena.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Cualquier tiempo pasado no fue mejor

Siempre he pensado que la afirmación “cualquier tiempo pasado fue mejor” es una chorrada. Y además es falsa. Mucha gente la suelta con un tono que me suena más a erudito y condescendiente que a nostálgico. Incluso a veces la he oído con una entonación casi amenazante. Cuando la escucho a mi mente acude, rauda y veloz, la imagen de las luchas entre, por ejemplo, los pueblos godos. O la España de la posguerra o cualquiera de los siglos de la Edad Media. Desde luego a mi no me habría gustado vivir en ninguno de esos periodos. Llamadme antigua o... moderna, no sé cuál es el término más correcto en este caso. El caso es que prefiero vivir en la época que me ha tocado. Ahora sí. Ahora sí sé que conformista es el término ideal para definirme en este aspecto.

El momento que vivimos es el ahora. Ayer ya forma parte del pasado.

Hoy me he vestido con una camisa hipermoderna y unos vaqueros actuales a rabiar. Me he puesto un colgante y un reloj última moda. Lista para salir. Con el móvil me he hecho una foto para que quede para la posteridad, que voy muy mona.

Estoy segura que dentro de unos años, cuando por casualidad aparezca la instantánea en alguna copia de seguridad olvidada -las copias impresas ya serán objetos de museo- mis hijas exclamarán: “mamá, que hortera eras”. Ofendida, pero pensando en mi fuero interno que tienen razón, les contestaré: “pues era lo que se llevaba y yo siempre he sido una tía de mi tiempo”.

El otro día mi marido y yo nos reímos a carcajada con un programa de televisión. Llegamos a él por casualidad, haciendo zapping. Nos atrapó y no pudimos despegarnos del sofá hasta que terminó. Doblar la colada fue mucho más divertido esa noche. Lo hicimos sin darnos cuenta. Se titulaba “Música de gasolinera”. Con eso lo digo todo. El Fary, Azúcar Morena, Los Chichos, Camela... ahí estaban los reyes de los casete, como decía la presentadora. Iconos musicales de los 70, 80 y 90. No encuentro palabras para definir sus look. Pero nuestro foco de interés y sorpresa no fueron exactamente los cantantes, que incluso en los años de éxito ya eran señalados como casposillos. Lo terrible era fijarse en el público de los espectáculos en los que actuaban. El archivo de RTVE ejerció de Pepito Grillo al mostrar las imágenes de las actuaciones. En nuestra conciencia se encendió el pilotito verde que decía “tú también llevaste esas mismas pintas, no reniegues de tu pasado”. Yo, entre lágrimas de risa, le recordaba a mi marido: “¡ahí va!, tú tenías una camisa con ese mismo estampado”, y él me devolvía el disparo rememorando que durante una temporada yo llevé el pelo con tupé como la chica de la primera grada.

Todos tenemos un pasado. Esa sí que es una gran verdad. Pero a la vista del programa del otro día me reafirmo en mi creencia. Cualquier tiempo pasado no fue mejor. Fué, sólo, diferente.

martes, 12 de noviembre de 2013

Cotillas de las redes sociales

Todos llevamos un cotilla dentro. No lo vamos a negar. Eso sí, hay distintos grados y tipos. Existe un amplio abanico de modelos que combinan estas dos características. ¿Quién no conoce a alguien altamente interesado en la vida de los demás que pregunta directa y constantemente? ¿Y esa persona calladita pero que observa todos los movientos de su entorno y no se le escapa una? O aquella otra que con una sonrisa en la boca va tejiendo un clima de confianza en el que le informas hasta de la talla de bragas que utilizas. También están los despistados que no se enteran de nada y pasan de todo... hasta que alguien suelta una frasecita tipo “sabes que fulanita se ha liado con...” y entonces, o abren desmesuradamente los ojos y comienzan a atender, o contestan: “sí ¡hombre!, si eso es más viejo...” Y así podría estar describiendo modelos un buen rato. Pero me voy a centrar en uno que me hace mucha gracia y que es bastante nuevo en el catálogo: el cotilla de las redes sociales.

Me encantan. Son los voyeur digitales. Esos contactos que nos aceptaron no para compartir, sino para cotillear. Están ahí, su presencia se siente y se ve. Síííííí, se ve. Facebook, por ejemplo, es muy chivato y sabes cuando está conectado un usuario que es tu camarada social-media.

Las redes sociales son el escenario perfecto para cotillear. Creo que eso nadie lo pone en duda. En Linkedin no sólo buscamos profesiones y ponemos nuestro curriculum para buscar o cambiar de trabajo. Allí mostramos nuestro perfil profesional y consultamos el de nuestros contactos. O dicho de otra forma nos pavoneamos de lo magníficos currantes que somos y curioseamos a otros colegas.
Facebook es inmejorable para ver las andanzas de nuestros amigos, su forma de pensar o cómo cambian de look. Twitter es aún mejor para el mundo del cotilleo porque no es necesario aceptar al amigo, basta con que te quieran seguir. Instagram es la vida en imágenes.

Cada cual que utilice las redes sociales como guste. Faltaría más. Ahí reside el éxito de este fenómeno mundial, en la libertad. Aunque he de reconocer que estos mirones digitales me dan un poco de rabia, pero sólo un poco, ¿eh?. Si todos hiciéramos lo mismo las redes sociales no existirían. Si mirásemos, pero nadie escribiera sería la nada cibernética. La gracia de ésto es compartir, y compartir es dar y recibir. A veces he pensado en borrar a alguno de ellos. Sobre todo a alguno a los que he mandado mensajes privados para hablar con ellos y no me han contestado. En esos momentos mi asombro ha sido, lo diré de forma fina, muy elevado e incluso he intentado justificar mentalmente su silencio achacándolo a problemas técnicos de las aplicaciones. Finalmente, el momento de incredulidad, enfado y justificación ha dado paso a la reflexión y he dejado las cosas como estaban pensando que si les hace feliz saber de mi, no les voy a quitar esa ilusión porque ¿somos amigos, no?.

En fin, que este post se lo dedico a todos esos amigos que sé que están ahí, al tanto de mi vida, pero que prefieren no contarme nada de la suya. ¡Hooooola amigos! Y como solían encabezar las cartas nuestros abuelos, pero actualizado a tiempos modernos: “Espero que al recibo de la presente os encontréis bien. Yo, como ya sabéis, bien, gracias”.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Viva la mediocridad

La perfección no existe. O eso dicen. Sin embargo, la exigencia de ser personas 10 es una presión de la que es difícil, por no decir imposible, escapar. Al menos en España.

Quiero reivindicar nuestro derecho a no ser perfectos en todo. No pasa nada por ser un zote con los números o no saber consultar un mapa y tener una orientación de pena. Fijo que somos hachas en otras mil cosas. Tampoco es necesario ser el más guapo o el más estiloso. Hay otras cualidades que podemos utilizar para ser tan atractivos como el que más.

Una amiga sueca que había vivido varios años en España me hizo una observación que en aquel momento ya me hizo reflexionar, y que ha vuelto a mi cabeza muchas veces después. Fue durante un inolvidable desayuno en su casa. La fría luz de invierno invadía el salón y vimos cómo caía la primera nevada de la temporada. Todo en aquel salón era armonía. Los niños jugando, los adultos disfrutando del café y la buena conversación y la Naturaleza rodeándonos cálidamente a pesar del frío. La anfitriona me comentó que su estancia en España había sido muy buena y que añoraba muchas cosas, pero que había varias que no echaba de menos en absoluto. Una de ellas era la obsesión que había detectado en los españoles por ser perfectos. Según me explicaba teníamos que ser los mejores en todo: en matemáticas, en ciencia, en literatura, en deportes... En Suecia intentan reducir el nivel de estrés y presión social. La filosofía allí es “¿en qué eres bueno? ¿qué te gusta?, concéntrate en eso y deja más de lado aquello que no te interesa o que se te da mal, no lo abandones, pero no te obsesiones”.

Después de estar viviendo en Suecia tres años, la llegada a España ha supuesto un choque para mi en algunos aspectos. Salir fuera abre la mente y cambia la forma de pensar en muchas cosas porque tienes otros criterios con los que comparar acciones.

Una de las situaciones que ha supuesto un shock para mi es el sistema educativo español. He de confesar que al llegar a Suecia me ocurrió lo mismo con el sueco. Allí los niños gozan de un modelo basado en la libertad y el juego. En su momento me pareció excesivamente libre. Y, aún hoy, sigo pensando que en el caso del modelo sueco así es. Mi hija tuvo la suerte de acudir a una escuela internacional donde existía la fórmula perfecta entre el modelo de libertad y juego y el uso de los límites. Al llegar a España hemos buscado un colegio que no fuera “duro”, y creo que hemos acertado en la elección. Estamos contentos con él y nuestra hija se ha adaptado muy bien. Ha empezado 1º de Primaria y va muy contenta cada día. Pero aún siendo un colegio con premisas similares a las suecas, la impronta española se deja ver. Cuando en la primera reunión de curso nos explicaron que hacían exámenes a los críos de 6 años no daba crédito a mis oídos. Asombrada les pregunté si realmente creían necesario realizar estas pruebas a los niños. Y me dijeron que sí, que era para evaluar realmente si asimilaban la materia o no porque en el día a día los niños se copiaban unos a otros. Pero que no me preocupara, que a los niños les encantaba hacer estos test porque se sentían muy mayores. Cuando llegó el momento del primer control -porque la denominación examen la dejan para las pruebas de diciembre, marzo y junio- mi sorpresa fue aún mayor. Resulta que puntúan incluso con décimas, es decir, que mi hija sacó un 8,75 en Conocimiento del Medio. Drama dramático. La pobre estaba hundida en la miseria y llorando a moco tendido porque no había sacado un 10. No había manera de convencerla que un 8,75 era una nota genial. Todo lo que no fuera un 10 era una mierda, un fracaso total y absoluto. La presión continúa en cada “control” que hace. Nos esforzamos en consolarle y tratamos se hacerle ver que lo importante está en lo interesante que es aprender cosas nuevas y no en la nota, y que además un 8,75 es la bomba. Pero no, no le convencemos. Hay gente que ha esto le puede llamar “motivación para estudiar y búsqueda de afán de superación”. Yo lo llamo “estresar de forma innecesaria”. ¿Cómo se puede medir los conocimientos de un niño de 6 años en décimas?

Últimamente, mi hija me pregunta con frecuencia si yo sacaba muchos 10 y si tuve algún cero. Yo siempre le digo lo mismo. “Saqué algún 10 y muchos 5. Porque en muchas cosas soy mediocre. Y no pasa nada.”

Hoy mi hija recibirá la nota del control del viernes. Cuando vaya a recogerla esta tarde le llevaré doble ración de chocolate. Es una recompensa de doble filo. Vale para celebrar un 10 o para consolar por un 9.  

miércoles, 6 de noviembre de 2013

GadgetoMujeres 2.0

Me declaro GadgetoMujer 2.0. Tengo móvil Android, e-book y ordenador portátil. Por supuesto utilizo Facebook, Twitter, Pinterest, Linkedin... En fin, soy una tía de mi tiempo, que siempre está a la última.

Si este texto fuera una entrevista de una publicación femenina fijo que la pregunta megasesuda y nada tópica sería: "¿y cómo lo consigues?". La respuesta que posiblemente se leería iría por la línea de “ja, ja, ja, escuchando los consejos de mis amigos más tecnológicos y leyendo todo lo que cae en mis manos sobre estos temas”. Pero como el discurso lo estoy escribiendo en mi blog tengo que confesar la verdad:“estoy al día gracias a mi marido”.

Como si fuera miembro de la Asociación de Inútiles Ánonimos Funcionales de las Tecnologías pongo los dedos sobre mis ojos y digo aquello de “Hola, me llamo Nuria Calle y tengo problemas con la tecnología”. Veo mentalmente un nutrido grupo de mujeres que asiente dándome la bienvenida a la comunidad. Respiro hondamente y me siento bien porque me siento comprendida. Ahora ya acepto que somos muchas las que estamos en la misma situación.

“XXXX está un un poco cabreada conmigo porque le he cambiado el móvil”, decía el otro día un amigo mío. Su mujer aclaraba, “es que con el cambio me ha borrado toda la agenda y ahora he perdido toda la información que tenía y que para mi es muy importante para organizarme cada día. Citas del médico de las niñas, recordatorios, lista de compras...” Esta conversación podría haberse producido perfectamente entre mi marido y yo. Nuestros papeles están bien definidos. Él es el innovador y yo, la torpe.

Sudores fríos me entran cada vez que le veo cacharreando con el televisor, el ordenador, y aparatitos con luces que no sé ni cómo se llaman. Ya sé que en breve tendré que incorporar a mi vida tres mandos más y aprender a utilizar cuatro interfaces diferentes. Pero eso sí, tengo una casa altamente tecnológica. Sin embargo, de vez en cuando me entra la desesperación porque soy incapaz de llegar a ver una simple película de Disney. Hace ya unos meses, en un ataque de exasperación le llamé al trabajo y le exigí que cuando volviera a casa desmontara todo aquel conglomerado de alto rendimiento técnico y lo sustituyera por un DVD mondo y lirondo. Mi petición no fue exactamente respondida... el cambio consistió en un programa “muy sencillo” "un sólo mando". Bueno, no está mal.

A pesar de mis apuros y enfados, he decir que si no fuera por él yo seguiría viviendo en el Pleistoceno y casi diría que utilizando el teléfono de góndola.

Pero para no despedirme en plan edulcorado y haciendo concesiones al sexo contrario -que antes muertas que reconocer que, de vez en cuando, les necesitamos- dejo en el aire una pregunta/reflexión de una amiga. Ella se la planteó a su hijo y a su marido, que se reían de su poca facilidad para utilizar las nuevas tecnologías. Pero estoy segura que es extrapolable a muchas parejas y familias. La cuestión es: ¿cómo es que vosotros que sois tan modernos y punteros sois incapaces de poner una lavadora o el lavavajillas, que sólo hay que darle a un botón con el dedo?

martes, 5 de noviembre de 2013

Con la ventanilla y la puerta en las narices

No sé si sólo me pasa a mi o hay más gente como yo o, incluso, si le ocurre a todo el mundo. ¿A qué me refiero? A una situación bastante habitual en los centros sanitarios: las ventanillas y puertas cerradas decoradas con carteles que ordenan no llamar y esperar a que el personal salga a nombrar o recoger papeles. No puedo con ésto. Me agobia. Me pone nerviosa. Me causa ansiedad.

¿Por qué si hay una ventanilla no está atendida y abierta? ¿Por qué si hay una puerta no puedo llamar educadamente? La respuesta es fácil. Lo sé. Lo que ocurre es que hay poco personal o que están haciendo otras labores más importantes o necesarias que atender la ventanilla. Sé que llamar a la puerta en muchas ocasiones puede molestar o interrumpir trabajos. Lo sé. Todo eso, lo sé. Pero lo que no
entiendo es ¿por qué poner entonces una ventanilla si va a estar cerrada? ¿qué sentido tiene? ¿por qué derivar a los usuarios hacia puertas cerradas a las que no se puede llamar? ¿No sería más lógico suprimir esas ventanillas selladas y enviar a los pacientes a las salas de espera directamente, sin el paso previo a la puerta clausurada, para que, cuando puedan, acudan allí los sanitarios a por los papeles?.

Esperar delante de esos muros inexpugnables hace que casi hiperventile. No soy exagerada, de verdad que me pasa. Sé que es una tontería, y que no debería alterarme lo más mínimo. Lo que ocurre es que empiezo a pensar ¿será aquí o estaré esperando en el lugar incorrecto y finalmente llegaré tarde a la cita? ¿habrá gente aquí o se han ido ya? ¿se entrega aquí este papel o primero tengo que ir a otro lado? ¿se habrán olvidado de mi? ¿estos carteles están actualizados o ya no es así y hay que llamar para que te atiendan?... Cuestiones todas banales y de dictamen fácil. Sin embargo, ya digo, soy incapaz de evitarlo: me altera y el corazón se me pone a mil. 

Cuando por fin me recogen los papeles y me dicen que espere en la salita siento un alivio sólo comparable a cuando has tenido un largo día de caminar y te quitas los zapatos... ¡ufff!, ¡qué descanso!



lunes, 4 de noviembre de 2013

#mamá, trending topic de andar por casa

“En mi casa soy trending topic”, me soltó un día mi hermana. Muerta me dejó. Lo primero que hay que saber es que nos llevamos doce años. Como todo el mundo sabe, decir la edad de una dama no es correcto, por eso no voy a desvelar sus años, ni de paso los míos. Lo que sí diré es que ambas hace años que pasamos la veintena y escucharle utilizar una expresión tan, ¿cómo diría?: ¿moderna, actual, chachi-fashion, twitteriana...? en fin, que no me lo esperaba. Y además, me hizo muchísima gracia que la aplicara de forma tan certera a su vida y, de paso, a la de millones de madres.

Yo también soy trending topic en mi humilde morada. Y casi seguro -no pongo el cien por cien de los casos que ya se sabe que siempre existe la excepción que confirma la regla- que mientras lees este post estás pensando que en tu casa ocurre lo mismo.

Ayer, mientras mis hijas me llamaban una y otra vez, al tiempo que yo corría como una loca por toda la casa para intentar llegar a todo, me acordé de la observación de mi hermana. Recordé la frase y que me lo dijo por teléfono, con todo el aplomo del mundo mientras se oía de fondo a sus hijos y a su marido en animado debate. Una ola de buen humor acudió a mi rescate al pensar en aquello de “mal de muchos, consuelo de tontos”.

No voy a negar que gusta ser el centro del Universo hogareño, pero, en ocasiones, puede llegar a resultar agobiante. Estoy segura que si se pudiera cuantificar el hashtag #mamá dentro de los hogares de todo el mundo sería, con diferencia, el trending topic más trending topic de todos, incluso por delante del #sexo.


Sé que hay que aceptar que ser trending topic casero es inherente a la condición de madre, aunque a veces cuesta, ¡vaya si cuesta!.

viernes, 1 de noviembre de 2013

¿Sufrimiento o alegría?

Yo personalmente prefiero alegría. Me explico. Desde que Halloween ha entrado en la lista de fiestas españolas todos los años escucho la misma cantinela. Da igual donde estés, siempre hay detractores. Defensores no tantos, la verdad, imagino que es por vergüenza de confesar en público que mola el sarao de los monstruos. Pero defender al más puro estilo del Caballero de Olmedo el honor del Día de Todos los Santos es altamente prestigioso.

¿Por qué no pueden convivir en paz y armonía las dos tradiciones? ¿Por qué hay ese miedo a sumar riqueza cultural? Halloween no es una invasor, es un amigo más.

Antes decía que prefiero la alegría al sufrimiento. Y es que prefiero reírme con los disfraces de los niños, o al mirarme en un espejo y verme junto con mis amigos convertidos en una banda de brujos y brujas que ir al cementerio a llorar y arreglar tumbas. Que nadie me mal interprete, mantener los cementerios en buen estado y tener sentimientos por la muerte de nuestros seres queridos es parte de nuestra vida. Sin embargo, considero que, precisamente porque es algo muy sentimental y triste, no encaja bien con la palabra "celebración". El 1 de noviembre en nuestra tradición española no se "celebra" nada. Se rinde respeto, se recuerda, se conmemora... pero ¿celebrar?.

¿Por qué entonces no podemos celebrar, y aquí sí es correcto el uso de esta palabra, Halloween? ¿Por qué no reírnos de la muerte mientras podamos? ¿Por qué no recordar que somos afortunados y estamos vivos? ¿Qué más da que sea una tradición americana? -dato que por cierto no es exacto, este folklore es de origen celta y quizás eso anime a pensar que es una práctica menos imperialista y más cool-.

Será que soy una insensible y una juerguista, pero me decanto sin atisbo de duda hacia la fiesta. Defiendo que cualquier excusa es buena para pasar un buen rato y echar unas risas con los amigos. Halloween cumple todos esos requisitos. Por lo tanto, le doy una calurosa bienvenida a nuestro catálogo de tradiciones a la calabaza, la bruja, el fantasma, drácula y toda la familia de engendros que toman ciudades y pueblos durante la noche del 31 de octubre.

¡Ah! y ¿no es verdad ángel de amor, que siempre nos quedará nuestro versionado "Don Juan Tenorio"?.

jueves, 31 de octubre de 2013

Una especie para tratar con cuidado

Están por todas partes. En la parada del autobús, en la cola del pan, en la carnicería, en el centro de salud... Son los ancianos impacientes. Una especie que lejos de estar en extinción va en aumento gracias al envejecimiento de la población. Según datos del Instituto Nacional de Estadística los mayores de 65 años es el grupo de edad que más está creciendo en España. En 2012 el porcentaje de población mayor de 64 años respecto a los menores de 16 alcanzó un 108 por ciento. Escalofríos me entran al pensar lo que puede ser de nosotros como sea proporcional el incremento del número de abueletes nerviosos.

Conste que me siento con autoridad moral para criticar y chotearme un poquito de ellos porque he de confesar que mi padre, al que adoro, es uno de estos individuos. Por eso también sé lo que es sentir bochorno público cuando le da por hacer una demostración y voy con él. Es decir, que vivo esta problemática desde los dos ángulos, y no sé cuál es peor.

Esta tarde he asistido a una hilarante demostración de ansiedad senil. He ido a la carnicería y había tres personas por delante de mi: un chico joven que ha sido la alegría del carnicero porque se ha llevado media tienda; una señora mayor, muy asentada ella; y una estirada dama de unas setenta castañas que ha estado a punto de hiperventilar y sufrir un infarto. Mientras que repetía insistentemente "esa pechuga que queda es mía" se movía cual Chiquito de la Calzada pegada al mostrador y señalando el ansiado manjar de pollo. La pobre lo ha pasado fatal porque era la tercera en el orden de atención y pensaba que o bien el forzudo muchacho o bien la apacible señora se iban a arrepentir en el último momento e iban a añadir una pechuga más a su lista de la compra. Para más emoción he llegado yo, que iba detrás de ella, pero su cerebro ni lo ha procesado. Lo único que ha visto es a una madre con una niña pequeña con pinta de comepechugasdepollo. Y eso ya ha podido con ella. Debía estar imaginando un complot con el carnicero según el cual me iba a quedar con la pechuga. Las miradas de odio hacia nosotras y los grititos informando que la pechuga era para ella han sido toda una lección de vehemencia histérica. Los presentes en el local hemos tenido que hacer verdaderos esfuerzos por aguantarnos la carcajada, y los carniceros han dado una gran lección de paciencia y profesionalidad.

Por si fuera poco, la buena mujer estaba tan alterada que ha pedido dos filetes de ternera gallega. El carnicero le ha informado que esa no era la que ella solía llevar. "¿Está usted segura que quiere de ésta? La que lleva usted habitualmente tiene un corte muy bueno", le ha dicho muy educadamente. "¿Qué pasa, no puedo llevar de ésta?", ha contestado ella muy soberbia. "Sí, claro que puede. Pero es gallega", replicó él. "¿Y? ¿Qué pasa?", insistió ella. "Nada, no pasa nada. Pero es que tiene otro sabor diferente al que usted suele llevar", le explicó. "Bueno, pónganla y ya está", zanjó ella. Después de pagar y a punto de salir, la anciana se ha quedado mirando la pieza de ternera que habitualmente compraba y le ha dicho al carnicero: "Este corte es muy bueno. Creo que es mejor que el que me llevo". El carnicero con mucho temple le ha respondido: "Sí, eso es lo que le quería decir, pero usted ni me ha escuchado". "Vaya, creo que me he equivocado en la elección", ha dicho a modo de despedida, y se ha ido. El pobre hombre ha meneado la cabeza de un lado a otro mientras decía con tristeza: "ya verás como mañana me llama para decirme que no le ha gustado nada la ternera gallega". En ese instante, el auditorio por fin ha dado rienda suelta a la risa y como buenos marujos que somos todos hemos comentado los mejores instantes de la actuación. "¡Ay!, ¿qué sería de nosotros sin estos buenos momentos?", ha dicho alguien. Y es verdad.

martes, 29 de octubre de 2013

La canción del piojo

Por más que lo pienso no encuentro nada rítmico en la palabra "piojos". Repulsivo sí, que es oírla y la cara de asco que se nos pone a todos es inmediata. Pero ¿rítmica?. Pues debe serlo. ¿Cómo se explica de otra forma que cancioncillas como "Filvit mamá, Filvit mamá, una vez a la semana y los piojos no vendrán" o el más reciente hit "El desalojo del piojo", las tarareemos padres, abuelos, tíos y niños sin ningún rubor?
 
Estos días en los canales infantiles, como muy avispadamente señalaba la hija de una amiga, desaparecen los anuncios de quitamanchas para hacer hueco a los de juguetes y a los de champús y lociones para combatir la pediculosis (que repelús da también este sinónimo, que no sé el motivo, pero me trae a la memoria los callos de los pies). 
 
Cada vez que veo un anuncio relacionado con los inmundos bichejos que viven en el cuero cabelludo humano no puedo evitar acordarme de una anécdota. Ocurrió cuando mi hija mayor era muy pequeña y estaba en su primer año de guardería. Por aquel entonces tenía muy poquito pelo y muy cortito. Los primeros síntomas empezaron un viernes, pero con eso de que los bebés no hablan y se expresan a su manera pues no la entendíamos. Llegó a casa de la guarde como todos los días, aparentemente contenta. Al ratito se puso bastante nerviosa y así, sin ton ni son se daba, de repente y sin venir a cuento, una torta en la cabeza con bastante fuerza. Las primeras veces pensé: Uy, hoy viene con "el a mi burro, a mi burro le duele la cabeza..." muy metido en la cabeza. Pero después de que lo hiciera varias veces empecé a agobiarme. Cuando regresó mi marido y le hizo una demostración, le comenté que lo llevaba haciendo toda la tarde y que estaba preocupada: Ya sé que es un poco exagerado, pero ¿y si la niña es un poco autista? Porque se está metiendo unas leches... Mi marido me miró con sorpresa y con sonrisa comprensiva me contestó: no mujer... cómo eres..., será el "a mi burro a mi burro"... Cuando él la vio hacerlo varias veces, comentamos: ¿estará llamando nuestra atención? Y acordamos no hacerle caso para no fomentar su actitud. Aquel fin de semana la niña estuvo nerviosa e irritable, pero como casi siempre que un niño está así, lo achacamos a la salida de dientes.
 
El domingo por la tarde la abuela paterna vino a vernos y, al final de la tarde mi marido se puso a bañar a la pequeña. Yo estaba colocando un poco la habitación cuando gritó con cierta angustia: Nuria, la niña tiene algo en la cabezaA lo que respondí: ¡ay, Dios mío, piojos!. La abuela dijo: ¿¡¡Quéee!!? ¡¡¡No puede ser!!! Y yo repliqué: sí, si puede ser. Hace un par de semanas había un cartel en la guarde que informaba que había habido un par de casos y que estuviéramos atentos.
 
En ese momento empezó LA CACERÍA, toda una labor de equipo. El objetivo era suprimir el comando itinerante descubierto en la cabeza de mi hija.
 
Mi marido tras detectar "al bicho", me pasó la patata caliente de "atraparlo". La abuela confirmó que el sospechoso era, efectivamente, un delincuente convicto de la familia de conocidos extorsionistas "LOS PIOJOS". Y yo, a mi vez, le pasé a la abuela la patata caliente de "suprimir" al delincuente. Le aplicamos la pena de muerte sin ningún remordimiento. El terrorista capilar, fue ejecutado a las 9.15 horas del domingo 25 de mayo de 2008.
 
Después, y como afortunadamente mi hermana me había pasado un lendrera súpermoderna de la muerte por si en alguna ocasión la necesitábamos, peinamos a la nena para quitarle otros posibles miembros del grupo. Localizamos dos más, aunque de menor envergadura que también fueron ejecutados (en nuestra casa y referido en exclusividad al ámbito de los insectos, la pena de muerte está permitida).

Después de aquella experiencia hemos pasado alguna más, y he de decir que ninguna de ellas gratificante. Los piojos son un rollo. Alguien debería animarse a sacar un temita musical con ese estribillo. El género tendría que ser algo duro, tipo Punk o Heavy Metal, nada de cancioncillas ñoñas y edulcoradas. O quizás algún cantautor podría animarse a versionar de forma cruelmente real este desgarrador asunto que tanto afecta al desarrollo diario de vida de la comunidad humana.

lunes, 28 de octubre de 2013

¿Para qué vivir? ¿Para matar?

No voy a dar aquí mi opinión sobre la anulación de la doctrina Parot porque creo que éste no es exactamente un tema a tratar en este blog. Pero sí quiero dedicar este post a Inés del Río, la etarra que ahora goza de libertad gracias a la sentencia del Tribunal de Estrasburgo.
 
Un comentario que escuché en la radio hizo que una vez más sintiera un escalofrío en mi cuerpo al oír algo relacionado con estos asesinos. El tertuliano dijo que esta mujer en la actualidad tenía 53 años y que lo único que había hecho en la vida era matar y estar en la cárcel. Terrible. Con 26 años ingresó en el Comando Madrid. Con 29 años fue encarcelada. Ha pasado 26 años en la cárcel condenada por haber participado en los asesinatos de 24 personas.
 
Soy madre y no lo puedo evitar, le doy consejos a mis hijas, aunque una sólo tenga 6 años y la otra 1. En casa hablamos mucho, somos así, charlatanas por vía materna. Y hablando de mil cosas han salido algunas de mis sugerencias, como "sed buenas personas y disfrutad de la vida". Estas recomendaciones forman parte de los valores que intentamos inculcarles. Espero que me hagan caso.
 
Por eso el otro día me llamó tanto la atención la frase de mi colega periodista. Inés del Río, a sus 53 años ni ha sido buena persona, ni creo que haya disfrutado mucho la vida.

viernes, 25 de octubre de 2013

Vivo en la carretera, dentro de un autobús.

Será porque el día está lluvioso, pero hoy no paro de tararear la canción de Miguel Ríos, "El Blues del Autobús". ¡Ajá!, seguro que más de uno está ya pensando, "no, guapa, llueve porque tú estás cantando". Pues no. Hoy no es por eso. Otros días no me atrevería a decirlo tan categóricamente, pero hoy no, que ya llovía antes de que yo me levantara.

Además de la lluvia y el aire melancólico y tristón del día, creo que el motivo de mi obsesión musical ha sido el viaje en autobús de la mañana. ¡La de historias y anécdotas que hay dentro de un bus! La primera, la mía. Una vez más, me ha puesto de los nervios la famosa frasecita coreada por varias voces diferentes que dice "si es que no se puede entrar, claro, la gente no se mueve, se queda delante... hay que pasar atrás... anda guapa déjame pasar un poquito". Por supuesto, toda esta retahíla iba acompañada de varios empujones e incrustaciones de bolso en las costillas. Es cierto que en muchas ocasiones la gente se queda apiñada al principio del auto y al final hay sitio de sobra. Peeeero en días como hoy, que todo el mundo coge el autobús para no mojarse, no suele ser el caso. Mientras me estrujaban me acordaba del fallecimiento de los seres queridos de los pasajeros quejicas (lo digo muy finamente, que para eso estamos en la Red). A la vez que trataba de sujetar bolso, maletín de ordenador y paraguas pensaba que si tan avispados viajeros no tenían ojos en la cara para calcular que, a lo mejor, no entraba todo el mundo. Amigos, que las paredes del autobús no son elásticas y que los metros cuadrados no se pueden transformar en metros abombados.

Como iba aburrida porque no podía sacar mi libro, me ha dado por pensar que ¡qué cosas!, antes había gente que leía el periódico en el autobús y los de al lado lo leían de reojillo. Ahora se chatea por whatsapp y de refilón te enteras si la chica que está a tu lado lleva los pies mojados o llega quince minutos tarde a su cita. Fijo que dentro de poco este fenómeno se conoce como digital gossip, o lo que es lo mismo, cotilleo digital.

Un encantador abuelito que iba en animada charla con otra venerable anciana me ha enternecido muchísimo. Su cara reflejaba experiencia y bondad. Con una entrañable sonrisa le estaba comentando a su compañera de viaje el cambio de los tiempos. "Antes yo cogía el autobús varias veces al día y a toda prisa para llegar a los dos trabajos que tenía. Y así todo el mundo, ¡¿eh?! Y ahora fíjate en la juventud... todos en paro, sin ningún trabajo".

Vivo en la carretera 
dentro de un autobús 
vivo en la carretera 
aparcado en un blues 
vivo en la carretera 
siempre miro hacia el sur 
vivo en la carretera 
el blues del autobús... 

jueves, 24 de octubre de 2013

Cómo cocer niños

La receta es fácil. Mírense varios termómetros en la calle. Si la temperatura oscila entre los 18 y los 20 grados y está nublado, proceda a continuar. Coja a su hijo de menos de tres años (los mayores de esta edad no valen porque saldrán corriendo y no podrá hacerse con ellos a la fuerza). Póngale camiseta y un chándal abrigadito o prendas similares. Después enfúndele en un abrigo plumas bien gordo y no haga caso de sus llantos y gritos, no es para tanto. Por último, siéntelo en el carrito y ponga los plásticos de la lluvia, no se vaya a resfriar la criatura con este fresco. Et voilà! niño cocido como una gamba.

Esta sencilla receta forma parte de la más ancestral cultura de nuestro país, Y parece, según he podido observar en los últimos días, que pasa de generación en generación. Yo la verdad es que me declaro más seguidora de la cuisine moderne y prefiero "niños en su salsa". La receta es aún más simple: camiseta de manga corta y chaquetita fina, por si acaso, y a correr.

De toda la vida

Las tiendas modernas son atractivas y llaman poderosamente nuestra atención. La posibilidad de comprar a través de internet deja de ser muchas veces una tentación para convertirse casi en una necesidad. ¿Pero qué decir de esas tiendas de toda la vida? Esas que cuando entras en ellas respiras el polvo de sus estantes y te trasladan a épocas anteriores. Confieso que me chiflan.

Esta mañana he disfrutado de una de esas visitas. Al bajarme del autobús me he encontrado frente a la Ferretería Venecia de la calle Conde de Peñalver. He recordado que llevo semanas buscando unas gomas para sustituir unas de un par de botellas. Al ver la tienda, con su escaparate lleno de cacharros variopintos, no he dudado en entrar, y tampoco he dudado que allí iba a encontrar las preciadas gomitas. Estaba segura, este emblemático establecimiento no me iba a fallar.

¡Sííííí! ¡Las tenían! ¡Prueba superada! Pero es que además de las gomitas tenían mil utensilios que clamaban por ser comprados. Algunos eran casi de obligada adquisición, yo diría que imprescindibles. Otros eran tontunas, pero tan interesantes... Un mini-termo, un cortador de queso, un tapón para las latas de cerveza... En fin, que mis ojos hacían chiribitas. Me he resistido. Sólo he comprado las gomitas, que estamos en crisis. Pero me ha costado lo mío no sucumbir a la tentación.

"¡Cuántas cosas tenéis aquí!", le he dicho al dependiente."Demasiadas", me ha contestado él con una sonrisa socarrona. "Nunca son demasiadas", le he contestado yo muy sentida.