viernes, 27 de diciembre de 2013

Pequeños seres animados

Me encanta recordar cosas de mi infancia. Son muchas las sensaciones que acuden a mi mente cuando pienso en los años del colegio. Una de las que más me gusta es cuando pienso en las papelerías en las que solíamos comprar. Algunas ya no existen, otras permanecen pero muy transformadas, y una de ellas está intacta, casi como si el tiempo no hubiese pasado por allí. En su escaparate, entre gomas de borrar, libretas, muñequitos Disney de plástico duro, rotuladores Roca y carpetas de anillas marrones destaca una cuidada selección de cuentos infantiles que casi son ya de coleccionistas. Celia y Cuchifritín miran desde detrás del escaparate, alegres, invitándome a comprarles.

Pero... ¡espera!, debo estar soñando... Celia y Cuchifritín han tomado vida. ¿El hada de Pinocho también les habrá concedido ser niños de carne y hueso?, porque justo a mi lado hay unos hermanitos vestidos como ellos.

Sorprendida y con la impresión de estar viviendo una situación onírica ante la evidente transmutación de personajes de cuento en seres reales, sigo andando por la calle. A los pocos minutos me encuentro a una niña que bien podría ser Mariquita Pérez, con su gorrito de capota y todo, dentro de un moderno carricoche de la marca Stokke que empuja una abuela enfundada en un llamativo abrigo de piel.

Un tanto angustiada por si no distingo realidad de ficción, miro un termómetro callejero, y constato que mi sensación de frío es real, 5ºC. Entonces... si no estoy soñando... ¿por qué el niño del escaparate llevaba pantaloncito corto y calcetín y su hermana medias hasta la rodilla?

Vuelvo a mirar a la niña-Mariquita Pérez y a su abuela, que esperan junto a mi para cruzar, y confirmo que el atuendo de la pequeña es estéticamente incompatible con el hiper-actual cochecito. En mi mente la imagen se asemeja a un cochinillo de Navidad con gorrito servido en bandeja por una engalanada camarera.

Noto que empiezo a hiperventilar agobiada por mi segura locura, que se manifiesta en transformación de la realidad... miro hacia arriba en busca de aire y... ¡qué alegría!, ¡no estoy loca!. Ya sé lo que ocurre. No son visiones. Lo que estoy contemplando esta mañana no son protagonistas de cuento vivos. Ahora sé que son reales al 100%. Termino de leer la placa de la calle en la que estoy "Príncipe de Vergara". Acude a mi un rayo de claridad sobre el misterio que me rodeaba. ¡Es Navidad en el Barrio de Salamanca! Ahora lo veo todo con nitidez. Los niños de las familias acomodadas están de paseo. Los vestiditos y pantaloncitos de cuadros tipo Príncipe de Gales, las medias con borlas y los calcetines son prendas obligadas estos días... aunque vayan transportados en un funcional Stokke o las criaturas rechinen los dientes de frío porque sus piernecitas vayan desnudas. La tradición, es la tradición, y ¿el buen gusto? es... ¿el buen gusto?. Lo digo porque Cuchifritín y Celia iban muy bien vestidos para 1930, pero para el 2013... a lo mejor, estarían ya un poco pasados de moda... pero, oye, que sobre gustos no hay nada escrito.

Aliviada por saber que no he perdido la cordura, y preocupada por los resfriados que es más que posible que pillen los pequeñines que van sin leotardos o pantalones largos, retomo el paso y empiezo a fijarme que, afortunadamente, la mayoría de los niños que diviso van equipados con ropa y conjuntos adecuados para el frío. Una tanda de preguntas vienen a mi, también como un recuerdo persistente de mi infancia, adolescencia y madurez, porque es algo casi metafísico que me ha perseguido a lo largo de mi vida: ¿los padres de los niños tipo Mariquita Pérez, Celia y Cuchifritín, serían capaces de ir por el mundo con pantalón corto o falda y con las pantorrillas al aire? ¿llevan sus progenitores capas o miriñaque? Entonces... ¿por qué disfrazan así a sus hijos y les hacen pasar frío?

Queda aquí toda mi solidaridad con los pequeños Pinochitos.



viernes, 20 de diciembre de 2013

Moda vecinal

Hace ya algún tiempo que noto un fenómeno llamativo en mi barrio. Como si de soldados se tratara, un número importante de vecinos visten cortados por el mismo patrón. Y lo digo casi en el sentido literal de la expresión. Ropas con colores llamativos, cortes asimétricos y frases escritas en las telas son el uniforme de muchos de los paseantes de las calles colindantes a la mía. Van todos equipados de Desigual.

Tiene guasa la cosa, la marca se llama "Desigual" y todo el barrio va engalanado "igual". En fin, cosas de la vida... bueno, y del marketing, y de la moda, y de la adicción a las marcas, y del precio... Sí, he dicho bien, del precio, también. No es que una lluvia mágica enviada por los responsables de la firma haya hipnotizado a mis vecinos y les haya enfundado en tan similar explosión de tonos y cortes. El motivo es mucho más sencillo y, posiblemente, incluso más efectivo que la magia. En una de las principales vías han abierto un outlet Desigual enorme, y con los descuentos, las prendas se quedan a un precio asequible a los bolsillos en crisis. La ubicación también es importante, porque mi barrio no se encuentra en una zona especialmente comercial y esta tienda "soluciona mucho".

Hasta hoy yo estaba muy contenta con mi análisis sociológico de la vestimenta vecinal. Orgullosa se lo había comentado a mi marido. Y sesudamente habíamos conversado sobre el tema, sacando conclusiones dignas de los tertulianos de la tele. Pero... esta mañana un descubrimiento ha venido a interferir en mi teoría, que ahora necesita ser completada. El hallazgo es que hay una tienda tipo chino-ropa regentada por un indio que tiene magníficas imitaciones de Desigual y cuyo dependiente utiliza de reclamo para introducirte casi a empujones en el local. El comerciante asegura que son fantásticas y muy baratas. Efectivamente, yo diría que son más originales, más bonitas y de mejor calidad que las de la firma original. Y, claro está son prendas más baratas aún que las del outlet.

Ahora, cada vez que vea a un viandante con ropa... digamos "tipo Desigual", tendré la duda de si es original o imitación. La legión de seguidores detectada en mi barrio ¿será porque son fieles a la marca en cuestión o porque son incondicionales de la tienda de ropa chino-indio? ¡Vete tú a saber!, aunque eso sí, ¡viva la moda!.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Mis héroes navideños

Si hace dos semanas me hubieran preguntado: "¿cuál crees que es el trabajo más estresante?", habría contestado: "controlador aéreo". No sé si es así o no, pero a mi mente siempre acude esta profesión como la más estresante porque informativamente nos han bombardeado con esta idea.

Sin embargo, algo en las últimas horas hace que hoy cambie mi respuesta. Aunque, eso sí, es una contestación con fecha de caducidad, en concreto 5 de enero por la noche. Sin dudarlo un segundo, estos días la profesión que más estrés tiene es la de dependiente de tienda o departamento de juguetes.

¿Os quedan Furbys rosas?; ¿han llegado más Pocoyós bailones?; ¿La herencia de la tía Ágatha con la nueva aplicación para Android?; ¿El monstruoso laboratorio para crear tu propio monstruo de las Monster High del escaparate está a la venta?; mi nieto quiere uno de esos muñecos que son una bola y que luego se despliegan y salen volando, ¿lo tenéis?... Pues así, todo dicho a la vez, en distintos tonos de exigencia y angustia, y, además, mientras cobran y envuelven todos los juguetes que pueden entrar en un carro de la compra, pasan las horas laborales los dependientes encargados de llevar la felicidad a los niños... y sobre todo a los padres. Porque... ¡menuda felicidad nos entra a los padres cuando por fin encontramos el p........ Furby!, aunque sea azul y rosa.

Son mis héroes estos días. Se ganan el pan con el sudor de la frente, pero literal. Y además, aguantar a los Papás Noeles y Reyes Magos de verdad no hay sueldo que lo pague. En las imágenes de cuentos y tarjetas todos son la viva estampa de la paciencia y el buen humor, pero en la vida real estos compradores y repartidores humanos de regalos sacan lo peor de ellos mismos para lograr tener entre sus manos la última Nancy o el último Spiderman.


martes, 17 de diciembre de 2013

El marujo que muchos llevan dentro

¿Cómo no nos dimos cuenta?  El famosísimo sketch (jolín con la palabrita, ¡qué dificil es de escribir!, confieso que hasta la he buscado en Google porque no sabía dónde ni cómo poner la k, la t yla ch), bueno pues a lo que iba, que el famosísimo sketch de 'Martes y 13' de la 'Empanadilla de Móstoles' retrataba una imagen visual y sonoramente onomatopéyica de un fenómeno que ahora va en alza. Pero en aquel momento no fuimos conscientes. Las caras de Millán, el diálogo de besugos, la insistencia de la oyente marujona... y no nos dimos cuenta de que aquella caricatura iba más allá y jugaba con algo que ha costado años sacar del armario. No, no es el la homosexualidad. Es un estado que cuesta aún más reconocer: ser marujo.

Ser maruja está mal visto. Es un término peyorativo que aplicamos a una condición de carácter y vida muy concreta. Todos tenemos la imagen de una maruja en la cabeza. Pues eso, la vecina de Móstoles interpretada por Josema Yuste. Todos dimos por supuesto que era una mujer. En aquel momento nadie pensó que podía ser un hombre. Cuando Encarna de Noche toma la llamada la presenta diciendo "amigo o amiga", y al oírla asimila que es mujer. Por supuesto los espectadores hicimos lo mismo. Entonces la sociedad española no estaba preparada para pensar lo contrario. El hombre era "muy hombre" y las únicas que podían tener atributos marujiles eran las féminas.

Si ser maruja está considerado casi como lo peor de lo peor, ser marujo ya es lo último que un ser humano admitiría, antes casi la muerte.

Pero todo cambia, y en los últimos años hay indicios de que tímidamente este asunto va evolucionando y algunos marujos van saliendo del armario. No diría yo que orgullosos, pero van dando sus pasitos. Creo que lo hacen involuntariamente y sin ser conscientes. Casi diría que más que salir del armario, su secreto se les escapa, cobra vida propia y van tras él... y... ¡zas!, quedan al descubierto.

Hoy, mientras esperaba turno en la caja del supermercado, he escuchado la conversación de los dos agentes de seguridad del centro. Hablaban sobre las lentejas que cocinaban ambos. A cual más ricas y espectaculares... con su pimientito, su chorizo... cocinadas con mimo y a fuego lento, ahí estaba el secreto. El uno al otro se recriminaban que no tenían ni idea de cocina y que para ricas, ricas las suyas. Y no te quiero decir nada de las paellas que eran capaces de preparar.

Por un segundo me ha parecido que estaba viviendo un déjà vu (otra palabrita que he tenido que buscar en Google para asegurarme que la escribía correctamente) porque hace poco había sido testigo de una escena idéntica. Pero no, no fue un déjà vu, sé que ocurrió de verdad.

¡Qué listos Josema y Millán! estaban jugando con la ambigüedad y con nosotros. Fueron unos visionarios e hicieron un guiño al futuro. Sabían que antes o después se destaparía la verdad, que hombres y mujeres no somos tan diferentes y sobre todo que marujos y marujas son iguales. Si, como es moda ahora entre los grupos clásicos, hacen una versión del sketch marujón por excelencia, fijo que Millán se dirigirá al oyente con términos que indiquen que al otro lado del teléfono está un hombre, no una mujer.

viernes, 13 de diciembre de 2013

El pesado de la fiesta

Estos días prolifera un germen que aunque no es dañino, es muy molesto. Las cenas navideñas de las empresas y los encuentros de amigos tan habituales en estas fechas, favorecen su aparición. El nombre científico es toxoplasta, pero es comúnmente conocido como "el plasta o el pesado de la fiesta".

Su tamaño no es microscópico, se le ve a la legua, y conviene huir de él en cuanto que se detecte su presencia, porque si te caza estás perdido, no se te despega en toda la noche. Suele ser de género masculino aunque hay excepciones y también puede ser femenino.

Su forma de actuar obedece al siguiente patrón: se sitúa al lado de la víctima para trincarle, le obstruye el paso para impedir su escapatoria arrinconándole contra la barra del bar o la pared y comienza a hablar compulsivamente sin dejarle meter baza. En las pocas pocas ocasiones en las que el damnificado puede decir algo le replicará con un chascarrillo o hará una fina rima tipo "5, tarariro, tarariro, por el tarariro te la hinco".

Los efectos físicos de este germen son un gran dolor de cabeza y con frecuencia ganas de vomitarle en la cara.

El mejor tratamiento para acabar con él es ponerle una excusa tipo "perdona, tengo que ir al baño" y situarse al otro lado de la sala sin volver a mirarle para evitar una recaída. Aún así es muy posible que atrape de nuevo al herido, ya que una vez que ha establecido contacto con un objetivo no ceja en su empeño de martirizarlo.

Por el momento no hay registrada ninguna asociación de afectados, pero es muy posible que el auge de las redes sociales facilite la creación de una.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Aprovechar cada segundo, vivir al límite

Echo de menos mi coche. No es un sentimiento ecológico, pero sí muy práctico. En Gotemburgo no sé que habría sido de mi sin él. Me daba independencia y, sobre todo, me quitó mucho frío, agua y nieve de encima. Mis niñas y yo íbamos estupendamente en nuestro pequeño gran Toyota Rav4 de dos puertas.

Lloré con mucho sentimiento el día que retiré mis pequeñas pertenencias de él y lo vendimos. Pero ese momento de mi vida ya pasó. En Madrid y para el tipo de actividad que tengo actualmente no me conviene tener coche. Utilizo la red pública de transporte y me va bien. Tiene inconvenientes, claro, pero también muchas ventajas. Una de ellas es que me da la oportunidad de hacer cosas que a mis 39 años aún no había experimentado.

Esta mañana he salido de casa a todo correr para llegar a tiempo al cole con la niña. Llevaba el abrigo en la mano, mi mochila del portátil, la de la niña, la bufanda a medio poner... y por supuesto iba con la cara lavada y recién peiná, como la canción, pero de aquello de "qué guapa estás, qué guapa estás", nada de nada. Con la ojera puesta y el rictus cansado, sí, que anoche era tardísimo cuando me acosté porque tenía que preparar varias cosillas del concierto de villancicos de la niña.

Como el tiempo es oro y hoy he tenido suerte de coger asiento en el autobús, he aprovechado para maquillarme y disimular la cara de ajo que tenía. Es la primera vez que lo hago. Ni siquiera lo había hecho durante la adolescencia para burlar la vigilancia paterna sobre el maquillaje. A la vejez viruelas.

Ahora es cuándo realmente necesito la habilidad de pintarme sin sacarme un ojo o darme un mal brochazo de colorete por culpa de los movimientos del tráfico y los tirones del autobús. El recién estrenado yuppi que iba sentado enfrente de mi no podía quitarme la vista de encima. Trataba de disimular con el móvil, pero no daba el pego. Estaba fascinado. Yo creo iba pensando que le había tocado en suerte una compañera de viaje loca de atar por aquello de que el autobús no es el mejor sitio para aplicar la sombra de ojos. Además intuyo que mentalmente el muchacho iba apostando en que momento un acelerón o un frenazo iban a ser responsables de algún desastre facial en mi. Pero no, la catástrofe no se ha producido. He logrado salir en mi parada maquillada, con todos los órganos en su sitio y transformada de supermami a superoficinista.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Filósofos y padres

Cada vez me estoy aficionando más a la Filosofía. Durante muchos años he pensado que los filósofos eran individuos con pocos problemas reales y mucho tiempo para darle al coco y lanzar teorías aburridas y enrevesadas con las que martirizar a los pobres estudiantes. Pero últimamente me estoy dando cuenta que muchos de ellos tenían una vertiente bien mundana y práctica. Debe ser que además de la profesión de filósofos tendrían una vida privada de las de andar por casa. Y claro, como al final es inevitable no mezclar el trabajo y ámbito familiar pues las grandes teorías y frases de la Filosofía son parte de nuestro día a día. ¡Qué sabios los filósofos!, cómo se nota que "la experiencia es la madre de todas las ciencias" (autor desconocido).

Yo le insisto mucho a mi hija en que guarde siempre las cosas en el mismo sitio para luego encontrarlas. Hace unos días perdí una diadema, y la niña, sin ningún tipo de ironía, sólo con la intención de demostrarme que yo siempre tengo razón y que hay que seguir mis indicaciones, me dijo: "mamá, si pusieras siempre las cosas en el mismo sitio no te pasaría esto". Ni que decir tiene que tuve que admitir que así era y que intentaría que no volviera a ocurrir.

Hoy nos hemos encontrado con un niño al que conocemos del parque y a su mamá. Íbamos hablando por el camino sobre las Navidades y cosas por hacer con niños. El chavalín muy concienciado ha dicho que estas vacaciones iban a poder hacer poco porque con la crisis su papá dice que no se puede gastar dinero. A la mamá y a mi nos ha entrado un ataque de risa por su espontaneidad y nuevamente hemos tenido que darle la razón.

Definitivamente la hija de Aristóteles debió una gran influencia en la famosa frase de su padre " el hombre es esclavo de sus palabras".

Los dictadores de la belleza

¿Quién dijo que la vida de culto al cuerpo es fácil? A mi el paso por los estilistas de belleza me estresa muchísimo. Y menos mal que mi autoestima es alta, porque de lo contrario empalmaría directamente sesión de belleza con sesión de psicólogo.

Es entrar en una cabina de belleza y el pulso se me acelera. Me empiezo a hacer pequeñita y como si fueran sombras chinescas de malvados monstruos veo reflejados sobre las paredes mis complejos estéticos. El esteticista siempre es graaaaaaaande y habla con tal autoridad y mando que no me atrevo a chistar.

No todos son iguales, claro. Unos son más dulces, otros son más rudos y los hay que bien podrían ser el mismisimo Führer de la estética.

Me considero normalmente agraciada. Me encantaría ser como Audrey Hepburn, pero estoy contenta con no parecerme a Camilla Parker. Aunque lo mismo no soy objetiva del todo si tengo en cuenta los comentarios que me hizo hace unos años una profesional de la estética. Si hago caso de sus observaciones debo ser el doble de Rosi de Palma o una de las señoritas de Avignon que se escapó del cuadro y se materializó como humano. No sé si aquella pobre mujer ha podido volver a dormir después de verme a mi, la mismisima encarnación del asimetrismo facial, pero desde luego yo aún tengo escalofríos cuando recuerdo cómo estaba situada a mi espalda y las dos nos veíamos reflejadas en el espejo. No he podido olvidar sus aspavientos con las manos y sus grititos agudos indicándome lo escandalosamente asimétrica que era mi cara.

En otra ocasión el motivo de alarma estética fueron mis cejas. Al esteticista no le gustaba la forma en que me las depilaba. Temí que sacara una regla de madera y me palmoteara los dedos a modo de castigo. No lo hizo, pero intuyo que me libré por poco.

Hay un par de cuestiones que me tienen inquieta porque no encuentro la respuesta. La primera es: ¿si tan claro tienen cuáles son los códigos de belleza correctos, por qué muchos de ellos no se los aplican?. Y la segunda es: ¿por qué no comprenden que no todo el mundo tiene que coincidir con sus gustos y que no existe un único patrón estético? Yo quiero que me aconsejen, no que me torturen.

lunes, 9 de diciembre de 2013

No a la bordería, sí a la simpatía

Hay actitudes que nos sientan mal a todos. Una de ellas es cuando alguien te dice algo con "tonito" condescendiente. Si además ese tono va acompañado de conducta y gestos bruscos, la escena se vuelve bastante surealista y desagradable.

Eso es lo que me ha pasado esta mañana con un conserje en un lugar que no voy a identificar para evitar problemas (a veces soy cobarde, sí). Yo le he solicitado amablemente una petición rutinaria y sin ningún tipo de maldad o ganas de molestar por mi parte. Simplemente quería pasar a hablar con una persona a la que tenía que comentarle algo. El personaje en cuestión ha sido tan borde, y a la vez el tono que ha utilizado tan ficticio-paternal, que he pensado que me estaba vacilando, y que sólo quería bromear conmigo. Pero no, lo decía totalmente en serio, y no me ha dejado pasar, me ha mandado a la calle sin más ni más, prometiéndome eso sí, que daría mi recado al interesado en cuestión. Afortunadamente para él/ella (no se sabe muy bien a qué género pertenece) el estupor me ha invadido antes que la mala leche, que hizo acto de presencia cuando ya estaba lejos.

Esto es una de las cosas que más echo de menos de Suecia. Creo que ya lo he comentado en algún otro post. El trato al público allí es exquisito. Algún impresentable me he encontrado también, claro, pero creo que en tres años no han sido más de tres. Buena estadística, uno por año. Aquí casi diría que voy a uno por hora. ¡Bendito carácter español! ¿Será ésto la furia española? Pues... ¡qué bien!. Si es así, desde luego me quedo mil veces antes con la calmachicha sueca. Seré una ilusa, o una utópica, no lo discuto, pero prefiero las relaciones humanas basadas en el respeto. Ahí sí que los suecos nos ganan por goleada.

Y como alguién me haga el manido comentario de "bienvenida a España, ésto es lo que hay, acostúmbrate", juro que grito. No me da la gana resignarme. Pienso denunciarlo públicamente cada vez que me traten mal como medida para promover un cambio de actitud entre los españoles. Mi lema es: "no seas borde y no dejes que sean borde contigo, ¡viva la sonrisa!". We can!

jueves, 5 de diciembre de 2013

Ya llega la Navidad

Estamos a punto de entrar en uno de los puentes más esperados del año. Siempre me ha gustado. Es el pistoletazo de salida de la Navidad. Sí, soy de las que les gusta la Navidad, y más aún con niños. Me gustan los encuentros con los amigos (digan lo que digan en estas fechas todos hacemos más esfuerzos por quedar que el resto del año); me gusta el sorteo de Navidad; me gusta pasar más tiempo con la familia (aunque se discuta más); me gustan las luces de la ciudad; me gusta tener algún día de vacaciones; me gusta decorar la casa; me gusta pensar en los regalos; me gustan los dulces navideños; me gusta engañar a mis hijas con la magia de Papá Nöel y los Reyes Magos; me gustan los villancicos y los conciertos navideños; me gusta la tarde del 5 de enero y me gusta la mañana de Reyes. Y para mi, la Navidad es la Navidad con todas sus connotaciones religiosas, y no es Winter Festival ni eufemismos similares.

Por eso, este fin de semana es muy especial en nuestro hogar, porque preparamos la casa para disfrutar de la Navidad. Sacaremos el árbol y las bolas y... la Navidad habrá llegado a casa.

Aunque parece que no va a hacer mucho frío y podremos aprovechar a disfrutar del sol invernal, sé que sucumbir y compraré unos churros buenísimos que venden al lado de mi casa y que consiguen que huela todo el barrio a una mezcla perfecta entre aceite y azúcar. No me voy a resistir a hacer un chocolatito bien caliente para recargar fuerzas y terminar la decoración navideña. Además, la experiencia de ir a comprar los churros te deja con la sonrisa socorrona en la cara toda la tarde. El establecimiento es un camión-obrador de los de las ferias. El churrero y la dependienta parecen personajes de los cómic de Ibañez, y por si alguien tiene la tentación de inmortalizarles en una fotografía y subirlos a Facebook o enviar un whatsapp a los amigos, un cartel con la advertencia "Prohibido hacer fotos" testimonia que la curiosa pareja es consciente de su peculiaridad y disuade al personal.

Si alguien no tiene plan para este fin de semana, y le guste la Navidad o no, si le gustan los churros o simplemente quiere ver en carne y hueso a prototipos de vecinos de La 13 Rue del Percebe, que se de un paseito por El Retiro y termine la tarde visitando el camión-churrería de la Plaza de Mariano de Cavia. Tarde exitosa, seguro.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Viaje-espectáculo, ¡ya!

Coger el autobús es un acto generalmente rutinario y aburrido. Nos subimos en él de forma tan mecánica que, la mayoría de las veces, ni reparamos en el conductor. Es casi como si los autobuses fueran conducidos por el personas invisibles o por máquinas.

Pero no, son humanos y algunos de ellos lejos de asumir pacientemente ese segundo plano al que todos les relegamos, apuestan fuerte por imprimir su carácter en el vehículo de transporte humano que es su centro de trabajo.

Esta mañana he llegado al trabajo tarareando insistentemente en mi mente distintos acompañamientos de batería. El responsable ha sido el conductor del autobús que ha hecho una selección musical heavy con la que ha amenizado el camino. No soy yo muy de este tipo de música, pero bueno, por lo menos el son era cañero y me ha espabilado. Al tiempo que conducía, el hombre movía la cabeza y utilizaba el volante y sus dedos como batería y palos imaginarios, haciendo los coros al grupo que sonaba a un volumen más bien alto. Nadie se ha atrevido a pedirle un cambio de género. Ya se sabe que contra gustos no hay nada escrito, y en el autobús manda el conductor. Si otro día subo a uno conducido por un fan de La Pantoja o de reggaeton, tampoco pienso decir ni mu.

Pero algunos conductores no se quedan sólo en la selección musical. Algunos dan el espectáculo y hacen performance y todo. Esta mañana he recordado una curiosa experiencia en Gotemburgo. En una ocasión subí a un autobús cuyo chófer llevaba un sombrero tejano. Cada vez que entraba alguien se lo quitaba, le daba la bienvenida y entonaba una animada canción que intuyo era personalizada. Digo intuyo porque como era en sueco no entendía nada. Los pasajeros que bajaban eran igualmente despedidos por un amable gesto de cortesía con el sombrero y unas palabras con acento supuestamente americano, creo.

Este tipo de viajes son mucho más amenos y divertidos. Y además, con el precio que ha adquirido el transporte debería ser obligatorio que los viajes fueran con espectáculo incluido.

martes, 3 de diciembre de 2013

La filosofía de la vida

Esta mañana me he despertado con una revelación que me ha dejado muy tranquila, porque confieso que anoche me acosté preocupada por un pequeño conflicto filosófico-vital que se instaló en mi mente. He abierto los ojos y lo he visto con claridad. Hay personas a las que la vida les domina y hay otras que dominan la vida. Yo pertenezco al primer grupo. Hoy por fin me he dado cuenta y he de admitir que me he puesto muy contenta de entender por fin qué me sucedía.

Sí, sí, la vida me domina. Lo reconozco, lo asumo y estoy muy feliz. Es ella la que me marca el ritmo de mi existencia y yo respondo como puedo, unas veces mejor y otras peor. Quiero decir, que unas veces doy respuestas alegres, vitales, optimistas... y otras me enfado, lloro, pataleo, me siento triste... en fin, lo que dicen que es ser "humano".

Sin embargo, debe ser que hay otro grupo de humanos que dominan la vida. A ellos no les afecta nada. Siempre son zen. La vida actúa y ellos asisten impávidos a la representación. Nada de aplausos o silbidos, solo contemplación. Son pocos los elegidos. Algo así como el "superhombre" de Nietzsche, pero ojo, que el término engloba a hombres y a mujeres.

Me siento afortunada de ser un simple humano. ¡Menuda responsabilidad ser un superhombre!, ¡qué presión!, quita, quita... Además, hay otro pequeño detalle. Como diría el dúo humorístico "Cruz y Raya", máximos representantes de los "anti-superhombres", los superhombres son aburridos y plomizos hasta resultar muuuuuuuu' cansinos.