viernes, 20 de junio de 2014

Recuerditos del veraneo

¡Me piro de vacaciones! Cuento ya las horas... y eso que aún no sé destino. Sí, no es broma. Todavía no hemos planificado nada. Circunstancias familiares nos han obligado a esperar hasta el último minuto. Hemos optado por no agobiarnos e impregnarnos del espíritu hippie. Nada de planes, vamos a la aventura... o casi. Quiero decir, todo a la aventura que se puede ir con dos niñas pequeñas. Para nosotros este sentimiento de libertad no va mucho más allá de reservar apartamento dos días antes de salir, pero eso ya es mucho.

Tengo ya mi mente en aperitivo playero, caminatas tranquilas por el paseo marítimo mientras comemos un helado, acariciar la arena mientras me abandono al calor y la melodía del mar... 

¿Y las compras vacacionales? ¡Qué delicia!... que si unas chanclas, que si un pareo, que si una camisola... En este punto, sin embargo, hago un paréntesis. Aprovecho para hacer un llamamiento de ayuda en pro de la estética. Queridos lectores recordad: ¡mucho ojo con los souvenires veraniegos que compréis!. Esta mañana en un bar en el que me he dado el gusto de tomarme un café con churros, bueno, gusto, gusto... he decir que no ha sido porque estaban asquerosos, he visto algo que no me cabe la menor duda que fue adquirido en una tienda de recuerdos. Al principio no daba crédito a mis ojos. Mi mente se negaba a dar el visto bueno a aquella imagen. No podía ser cierto lo que veía. Pasada la estupefacción, y tras confirmar con mi marido que lo que había detectado no era un producto falso de mi imaginación, hemos estallado en carcajadas. ¿Qué era? Tatatachán... un abrebotellas hecho con algo muy similar a los testículos de un ciervo. Sí, sí... no miento ni exagero. Supongo que por la parte que no veíamos pondría algo así como “Recuerdo de Sanperiquín del Monte”.

En fin, no soy nada aficionada a comprar chorradillas de recuerdo, pero si me quedaba alguna gana, hoy ha desaparecido para siempre.


¡Felices vacaciones y volveré en unas semanitas!

martes, 17 de junio de 2014

Marchando una de...¿qué?

En tiempos de crisis echarle la culpa del fracaso de un negocio, es fácil. Pero hay que ser honesto y ver que muchas veces no es esa la causa. Hay casos más discretos y difíciles de señalar, pero algunos son flagrantes. Esta mañana he visto uno. Aquí pongo la foto para dejar constancia.

Vamos a ver Sr. Gil (intuyo que el dueño se debe apellidar así y le gusta tanto que le traten de Don que decidió ponerlo como parte del nombre de su negocio), como decía... Sr. Gil como recoge el sabio refranero popular "quien mucho abarca, poco aprieta". ¡¿ Cómo no iba usted a tener que cerrar el negocio?!

Vamos por partes, que aquí hay mucho que comentar.

Lo primero, o es bar o es pub, ¿pero las dos cosas a la vez? No termino yo de verlo.

¿Comida japonesa? ¿Llamándose Don Gil? Será cuestión de marketing, no lo discuto, pero si eres un amante de la gastronomía nipona, o buscas probar por primera vez este tipo de cocina, no escoges un restaurante con nombre tan español. Tampoco me queda claro si la comida japonesa era sólo en servicio a domicilio o también en local. O si los otros productos ofertados en el lugar se sirven a domicilio, me refiero a los refrescos, los pinchos de tortilla y los combinados, que se sobreentiende que hay, ya que es un bar y un pub.

El gusto en la elección de logotipo e imagen escapa a mi capacidad de descripción. Feo creo que se queda corto. Podría completarse con adjetivos como estereotipado, rancio, manido...

Normal que un cartel de "Se alquila" anuncie el final del negocio. Lo siento por Mr. Gil, que posiblemente puso en marcha este ecléctico lugar pensando que había dado con una fórmula magistral de unión de tendencias de restauración... pero como diría ese gran filósofo televisivo, Emilio, el portero de Aquí no hay quién viva, "un poquito de por favor... y de sentido común".

Yo creo que si Chicote pasa por esta calle y repara en "El Bar Pub Don Gil" se cae redondo al suelo ante el disgusto de ver allí un caso imposible de reconducir.

viernes, 13 de junio de 2014

Lecciones de moda con Súper Coco

Vaya por delante que "para gustos hay colores", pero dentro de eso hay unos mínimos de estética. Hoy he visto por las calles de Madrid algunos ejemplos que me han hecho ver la necesidad de orientación en criterios de vestimenta. He pensado en pedir ayuda a alguien sensato y objetivo: Súper Coco. Sus lecciones nos ayudaron en la infancia, ¿por qué no en la madurez? Amablemente ha aceptado mi petición. Un momento, creo que ahí llega...

... ¿es un pájaro? ¿es un avión?...nooooo... es... ¡¡¡Súper Coco!!!

Hola amiguitos, hoy vengo a explicaros la diferencia entre vestir bien e ir hecho un adefesio. Estad bien atentos:

- NO es bonito llevar escotazo en la espalda y que se vea todo el sujetador. Ni siquiera aunque sea del mismo color que la camiseta. Queda mal. Es antiestético. No es grunge. Da aspecto de desaliño y poca higiene.

- NO es bello ver la hucha del culete, incluso cuando no hay pelillos. Los pantalones sientan bien en su sitio, no caídos tipo cagao'.

- Marichalar no es un ejemplo a seguir.

¡Adiós amiguitos, hasta otro día!

¡Muchas gracias por tus sabias palabras, Súper Coco!


jueves, 12 de junio de 2014

Cómo cambian los tiempos

Cuando yo era pequeña tener un pueblo e ir de vacaciones allí era normal y muy habitual, pero poco glamuroso por no decir que nada. Lo que molaba era ir a la playa, y si además era un complejo moderno y lleno de hormigón, mejor que mejor. ¡Ay, esos hotelazos grandes y con balconadas metálicas sí que eran la imagen viva del triunfo económico y su merecida recompensa vacacional! Ahora recuerdo con una mezcla de añoranza, tristeza e ironía la envidia que me daban algunos amigos que llegaban al pueblo tras quince días de descanso en la playita con sus padres. Venían tan morenos... y contando lo bien que se lo habían pasado... O la vuelta al cole, donde las historias playeras ocupaban los primeros días. Los niños de pueblo éramos muy frecuentes, ya digo, pero ante los niños de playa bajábamos un pelín la mirada... éramos los "pobretones" del cole.

Hay que reconocer que ir al pueblo tenía su gracia. Llevar las vacas al prado por la tarde, hacer excursiones a la sierra, ir a comprar el pan a la camioneta que llegaba cada día, bañarse en el río, jugar en la plaza hasta la una de la mañana, no pisar en casa más que para comer... Actividades sencillas, pero no por eso menos divertidas.

La vida veraniega en el pueblo a veces se hacía incómoda. Pongo por ejemplo la falta de agua corriente, la existencia de un único teléfono que implicaba compartir las conversaciones con la operadora y la comunidad rural al completo, la ausencia de cuarto de baño o las calles sin asfaltar. ¡Qué idílica y bonita la vida en el campo!

Poco a poco, y sin saber muy bien cómo, la realidad se ha ido transformando.

Los pueblos fueron actualizando sus comodidades y perdiendo su identidad. Hacia el final de los 80 las zonas rurales parecían mini ciudades. Ir al pueblo se convirtió en una prolongación de la vida en las ciudades, seguía sin ser glamuroso, pero era cómodo y barato. El hormigón, los balcones de aluminio y los ladrillos de dos colores pintaron un paisaje en el que la piedra, la madera y el adobe se vieron exiliados, fusilados y enterrados.

Diez años después el turismo rural empezó a calar. Como explicaba un profesor mío de historia, el hombre cuando tiene cubiertas las necesidades básicas empieza a demandar el lujo. El campo no iba a ser una excepción. En las conversaciones de cafetería la palabra pueblo estaba casi prohibida. La gente iba a una zona rural estupenda o a un pueblecito encantador. Las casas rurales aventajaron en popularidad a los hoteles de playa. Lo más guay era irse un fin de semana a una.

Una vez más la evolución no se ha detenido y ahora ya no vale con irse a una casa rural.  Ahora hay que buscar o la más integrada en el rollito retro rural, esto es que por ejemplo tenga pozo en vez de agua corriente, o la más lujosa, con pongamos por caso sesión de yoga nocturno bajo las estrellas con monitor personal. Así es como desconectamos del estrés diario y nos mimetizamos con la Madre Naturaleza.

¡Quién me iba a mi a decir que lavar la ropa en tajuela en el arroyo con mi madre era la germinación de una actividad rural de gran encanto y tradición, que libera la mente de la ansiedad y nos aleja de nuestros problemas cotidianos! En mi recuerdo figura mi entusiasmo infantil por lavar con esmero la ropa y juguetear con el agua, pero también el agobio y el duro trabajo de mi madre para hacer una buena colada.

¡Vivir para ver!, que dicen los ancianos en los pueblos.

martes, 10 de junio de 2014

Duda maternal

¿Mis hijas son unas macarras de parque o todos los niños son así? Me corroe la duda. Quiero hacer un sondeo entre los padres.

Mis descendientes son dos encantadoras niñas de 7 y 2 años. A mi me parecen angelitos, princesas, cachorritas... en fin, una larga lista de adjetivos cariñosos. Pero claro, soy su madre y por definición soy subjetiva y defenderé sus cualidades hasta la muerte.

Sin embargo, que sea madre no quiere decir que esté ciega. Cuando observo a las niñas en el parque no puedo evitar sorprenderme en varias ocasiones con sus reacciones. Mis dulces pequeñinas se defienden como fieros animalillos. ¡Pobre de aquel que se atreva a arrebatarles un juguetillo!, no saben con quién se la están jugando.

Mi instinto como madre educadora me lanza a recriminarles, y explicarles que hay que compartir. Ellas me miran con ojos atónitos y sin palabras me dicen: "¿pero de qué hablas? ¿no ves que aquí no funciona la cosa así? Aquí o eres el más fuerte o te quedas sin juguetes".

Y ahí es cuando comienzo a titubear en mis planteamientos de diálogo y pacifismo. Creo que si mis hijas pudieran explicar este fenómeno con palabras de adulto dirían algo así como que la frase compartir es vivir, en el parque es un eufemismo. Allí el que no defiende su territorio está perdido, porque compartir parece ser una acción unidireccional. Arrebatar sí que es un verbo que describe correctamente el modus operandi de la mayoría de los infantes. Por eso, o te pones chulito o te comen el terreno.

Supongo que serán lecciones de vida, pero a mi me estresa. Nunca sé cuándo debo intervenir y cuándo dejar que ellas solucionen el conflicto. No quiero que mis hijas sean unas camorristas, pero tampoco que sean las que siempre salen perdiendo.

Los progenitores de los pequeños bravucones ayudarían muchas veces a reconducir las situaciones, pero muchos se dan, literalmente, la vuelta para no verlo y no tener que mediar. Bajo la excusa de "lo mejor es que lo arreglen ellos solitos" delegan sus obligaciones como educadores en otros padres o directamente en los niños.

¡Qué maravilloso e idílico es el momento parque!


jueves, 5 de junio de 2014

Con rulos y a lo loco

Las viejecitas son muchas veces una caja de sorpresa. ¿Quién podría imaginar que una octogenaria puede marcar tendencias de belleza? Desde luego, si la primera que se viene a la mente es la Duquesa de Alba, ya digo yo que nadie. Pero más allá de la aristócrata existen ancianitas muy glamurosas.

Siempre me han espeluznado las abuelitas que llevan el pelo malva. A más de una la han echado una espuma o un plis demasiado morado para evitar el amarilleamiento de las canas y lucen una cabellera que podría pasar por ser una peluca de carnaval. Sin embargo, hay que reconocer que todas las señoras que me he cruzado con semejante look lo lucían con una elegancia envidiable.

Ayer por la tarde me quité mentalmente el sombrero ante otra longeva fémina. Estaba sentada en una terraza tomándose una caña. Sus modernas gafas de sol la protegían de la poderosa luz del astro rey. Una sencilla camiseta negra y un discreto collar de perlas adornaban su busto. Desafiante, pero relajada, miraba hacia los viandantes y charlaba con sus acompañantes, dos varones ligeramente más jóvenes que ella. Hasta este punto, todo reflejaba una estampa bastante habitual y no especialmente llamativa o resaltable, pero es que... estaba con los rulos puestos. Eso sí, jamás había visto unos rulos mejor colocados y coordinados en cuanto a color y tamaño. Estaban perfectamente combinados en tonos morados y fucsia. Eran grandes por delante e iban disminuyendo hacia la nuca. Más que un instrumento para lograr la belleza capilar, en su cabeza estas pequeñas herramientas de peluquería mostraban todo su poderío como tocado. Si algún ojeador de pasarelas pasó por allí ayer, seguro que en la próxima edición de los grandes encuentros de moda y belleza los rulos, así dispuestos, tendrán un papel más que destacado y marcarán tendencia.

No me atreví a sacar el móvil y pedirle un selfie con ella, pero su imagen quedará en mi memoria para siempre. No digo más que mi ídolo de estilo y glamour ha dejado de ser mi adorada Audrey Hepburn. Ahora, su lugar lo ocupa esta anónima veterena.

miércoles, 4 de junio de 2014

¡Ella nooooo quería, oiga!

Están ahí. Y son una tentación para mi. Me están diciendo: "cómprame", "cómprame"... Es como el canto de las sirenas.

¿Soy yo la única que se siente irremediablemente atraída por la ropa y los complementos que se exhiben en los escaparates? Noooooo, sé que no. Somos muchos los que picamos en cada cambio de temporada y compramos algún que otro trapito o baratija.

Si además el día está soleado como hoy, es casi, casi imposible no dejarse seducir por esa camisetilla tan mona que sólo cuesta 17 euros y que me sentaría genial con los vaqueros blancos.

Pero, no. Soy fuerte. Tengo otras prioridades y no la necesito.

Además... (voy flaqueando, lo sé)... las rebajas están ahí mismo. A la vuelta de la esquina, y seguro que aguanta. ¿Y si hago como hacía mamá? Paso a la tienda, cojo la camiseta y estrategicamente la coloco al final de la percha, detrás de las demás. Fijo que así la encuentro el primer día de rebajas. Se ve mucho menos. Ummm, no. Creo que aquí esa técnica tan elaborada de mamá, no sirve. Aquí los mostradores son menos y más visibles que en El Corte Inglés.

En fin, me voy a dar un caprichito. Que me lo merezco, no me vaya a quedar al final sin ella...

- Hola, ¿me puedo probar esta camiseta?

- Claro

- ¡Uy!, ¡Qué bien me queda! ¿Me la puedo llevar puesta?

martes, 3 de junio de 2014

Abandonarse a la superficialidad

Es el momento de ser frívola con un tema candente. Por supuesto que tengo mi opinión sobre la monarquía, la abdicación del Rey, la república. Y ayer hasta le di a mi hija de 7 años una lección de historia de España, que yo calificaría de magistral, sobre todo teniendo en cuenta que traté de ser lo más objetiva posible y adaptarla al lenguaje y entendimiento de su edad. Quedé contenta, la verdad. Y ella también debió estarlo porque me pedía que le contara "más historias de España" y que le ayudara a buscar en internet información que leer. ¡Bien!, parece que estoy inculcando correctamente el gusto por la historia y la lectura a mi retoño.

Pero hoy no me apetece dar mi visión aquí del rey y la monarquía. Sería larga y es de esos asuntos de los que prefiero hablar más que escribir, porque unos argumentos llevan a otros y es más enriquecedor una conversación que una chapa escrita.

Sin embargo, mi deformación profesional como periodista me impide no tocar el tema de actualidad. Aunque sea de refilón. No me puedo resistir a compartir en mi blog lo bien que me lo pasé ayer con la abdicación de nuestro monarca. Fueron varias las carcajadas que solté a lo largo del día al consultar mi Whatsapp o Facebook. ¡Qué creatividad e imaginación tiene la gente! ¡Y qué rapidez de reacción! Sospecho que si muchos de los autores de las composiciones dedicasen la misma energía a tareas más productivas su entorno laboral, se vería muy beneficiado. Pero hay que reconocer que son agudos de verdad.

Cada vez que pensaba en revisar el Whatsapp esperaba casi ansiosa el chascarrillo fotográfico de última hora. Algunos son geniales, otros bastante bastos y facilones.

Tengo una duda, ¿será cosa del carácter chistoso español o es un rasgo común a cualquier nacionalidad? ¿Belgas y holandeses serían igual de creativos cuando abdicaron sus reyes?

Ahí va una pequeña recopilación de los fotomontajes para que queden como galería de risoterapia.