viernes, 6 de febrero de 2015

Pequeños Wert no confesos

Dadas las altas cotas de impopularidad que merecidamente, en mi humilde opinión,  ha conseguido el ministro de Educación, José Ignacio Wert, pocos insultos más hirientes se me ocurren que decirle a alguien "tú eres un Wert". Creo que casi nadie me contestaría algo así como "y a mucha honra". Lo más seguro es que me lanzasen algún otro insulto y/o escupitajo al tiempo que proclamaran mi locura y su más absoluta sorpresa ante mi acusación.

Bien, pues aún sabiendo que voy a recibir una avalancha de "piropos" y encendidas defensas allá voy, y además, en plan comunal y generalizado: "una alarmante mayoría de la sociedad española sois pequeños Wert no confesos". La educación en España, en general, y eso no quiere decir que no haya honrosas excepciones, es una mi.... y lo que sigue, como dice mi hija. Y como no se cambie el chip pronto, más que lo va a ser.

El culpable no solo es Wert; ni los votantes del PP tienen la exclusividad de ser los responsables del penoso sistema educativo que tenemos. Ya se sabe que la culpa está soltera porque nadie la quiere. Sin embargo, si observamos lo que pasa mirando un poquito más allá de los titulares de los periódicos, de las tertulias de radio y televisión, de las conversaciones de bares y de las reuniones sociales yo diría que, en este caso, la culpa se reparte entre instituciones administrativas, colegios, profesores y padres. Y detrás de cada una de estas patas de la sociedad hay personas de todos los signos políticos.

Vivimos en un país en el que muchos padres comentan encantados en el parque "lo duros que son los colegios de sus hijos" y compiten, sacando pecho, por ver cuál de sus hijos tiene más deberes por la tarde. Los hay incluso que completan las tareas del colegio con ejercicios que ellos mismos encomiendan. Otros apuntan a sus hijos a clases de refuerzo escolar para "motivarles" a estudiar. Yo me pregunto cómo les sentaría a ellos que sus jefes les impusieran tareas extralaborales para su llegada a casa. O cómo les afecta tener que llevarse al hogar trabajo del día que no han podido terminar. O que dirían si la pareja les apuntase a un curso relacionado con su profesión fuera del horario de trabajo para "motivarles" más en su campo profesional.

Muchos colegios, independientemente de ser públicos, concertados o privados, centran su actividad docente en sacar buena nota en las distintas pruebas de evaluación del sistema educativo. Esa es su función "quedar bien ante la sociedad" y que los niños aprendan o no y cómo lo hagan o que estén estresados o no, les da igual.

¿Y los profesores? Pues los hay implicados, vocacionales, creativos y maravillosos... pero hay muchos también amargados, obsoletos, vagos, quejicas, frustrados... Este último grupo disculpa sus grandes carencias en echar las culpas a los demás: a la desidia de los alumnos, a la falta de recursos, a la escasez de tiempo, a los bajos sueldos, a la falta de respaldo de los padres... Digo yo que los mismos problemas a los que se enfrentan ellos se enfrentan otros colegas de profesión como el profesor de mi hija, que es un docente absolutamente comprometido con los niños y la enseñanza o César Bona, un profesor del colegio público Puerta de Sancho de Zaragoza, que es uno de los 50 candidatos del mundo, y el único español, al Global Teacher Prize, una especie de premio Nobel de los profesores. Su historia y su método está muy bien explicado en varios reportajes, el último que he leído es uno de El Mundo que recoge un día de trabajo en su cole http://www.elmundo.es/espana/2015/02/02/54ce67d3e2704e3f168b457e.html

De todas las partes implicadas en la educación, la que más me altera, lo reconozco, es la de los maestros, porque es la que recae más directamente sobre los niños. Pasan la mayor parte del día en el colegio y lógicamente es la pieza más extensa y más partícipe en la enseñanza. Hace poco comentaba con una amiga profesora la magnífica iniciativa que había tenido el colegio de mi hija al convertir el cole en el mundo. Cada clase era un país e hicieron un pasaporte a cada niño. Durante una semana cada clase trabajó en distintos aspectos de la cultura de ese país. La clase de mi hija fue Grecia y la convirtieron en una ciudad griega con su templo y todo. Aprendieron de Mitología, historia, arte... Grabaron un vídeo haciendo un resumen de los conocimientos adquiridos en el que cada niño de la clase tenía "su minuto de gloria". El día que les tocaba exponer su país ante el resto del cole, que clase por clase, iba visitando su aula, los niños iban disfrazados de habitante de su país y el profesor pasaba el vídeo a los visitantes al tiempo que sellaba el pasaporte de cada alumno llegado a la clase/país. Sobra decir cómo se lo pasaron y lo que aprendieron todos y cada uno de los niños del colegio sobre distintos países del mundo. Esos días, las clases de matemáticas, lengua, conocimiento de medio... se vieron muy mermadas, pero ¿realmente importa? ¿perdieron conocimiento reglado o ganaron conocimiento real, capacidad reflexiva, educación, respeto y, sobre todo, ganas de seguir aprendiendo? Pues bien, cuando le dije a mi amiga profesora que lo mismo era una buena idea para implantarla en su cole, me contestó con mucho pesar en sus ojos, que a ella le parecía genial la idea, pero imposible de llevarla a la práctica porque muchos de sus colegas se iban a negar porque implicaba trabajo extra que no estaban dispuestos a asumir porque no estaba entre sus funciones ni acorde a sus retribuciones. Conclusión: el profesor de mi hija y César Bona son o unos tontos o unos vendidos al sistema por implantar fórmulas educativas atractivas y diferentes en sus aulas, porque otra cosa... mucho me temo que las condiciones laborales de estos dos docentes no difieren mucho de las del resto de profesores. Y aquí también entra el tema de los deberes y el doble rasero de medición. Claro está que la mayoría de los profesores que argumentan la falta de tiempo laboral para implantar formas sugestivas de enseñanza y que ni por asomo consideran la opción de hacer algo al respecto desde su casa, sepultan a los niños con deberes para el hogar. Como decíamos cuando éramos pequeños, "chúpate esa".


Por favor, vamos a intentar cambiar esta situación, pero de verdad. Empecemos por no temera a discutir con los papás petardos que alardean sobre la excesiva y necesaria disciplina escolar. Combatamos con la palabra y los argumentos. Exijamos a colegios y profesores los cambios necesarios para una buena educación de nuestros hijos y no nos quedemos solamente en añorar y envidiar los sistemas nórdicos, en echar la culpa a Wert y los recortes.  Empecemos por nosotros mismos, mirando qué podemos cambiar no-so-tros para que los niños aprendan con gusto y qué armas reales tenemos para luchar contra las injusticias de la educación.

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