Llevo toda la mañana intentando documentarme correctamente para
poner cifras al sentido común. Termino de tirar la toalla. No soy buena con los
números ni las estadísticas. Nunca lo he sido. Además, son muy engañosas porque
se pueden mal interpretar erróneamente o con intención. Desde luego mi caso
sería erróneamente, ya lo he dicho, soy de letras, no de números.
Esta semana he leído varias noticias y
comentarios por Facebook que me han preocupado e indignado bastante. Creo que
soy muy afortunada por vivir en un país del Primer Mundo, con sus luces y sus
sombras, que las hay. Pero honradamente no me gustaría ser una mamá de un país
del Tercer Mundo, ni de uno en vías de desarrollo. Repito me considero UNA
AFORTUNADA y no sé a quién tengo que darle las gracias, si a mi Karma o a un
Dios de las alturas, pero se las doy de forma impersonal a quién o qué
les corresponda.
El dicho ese de "cualquier tiempo
pasado fue mejor" no va conmigo. Si tuviera que elegir uno anterior o
quedarme con el que vivo, con mi aquí y mi ahora, no lo dudaría, me quedaría
con mi ahora. Ese es mi caso, que no digo yo que sea el de todo el mundo. Como
dice sabiamente mi amiga María "cada uno es cada uno, y tiene sus
caunás".
Uno de los temas que han soliviantado mi
ánimo ha sido el de la controversia de la vacunación. Estos días ha saltado
nuevamente por la muerte en Alemania de un niño de año y medio por sarampión.
Una corriente en contra de la vacunación argumenta que las vacunas sirven de
poco y su única función es enriquecer a la industria farmacéutica. No creo que
esta teoría convenza a los padres que han visto a sus hijos morir o con graves
secuelas por enfermedades que más tarde han podido ser combatidas gracias al
desarrollo de una vacuna.
Otro de los temas es el de las Doulas. El
Consejo General de Enfermería ha publicado el "Informe Doulas" en el
que denuncia su intrusismo profesional hacia la profesión de las matronas y los
riesgos que pueden derivarse. Una de las consecuencias inmediatas ha sido
reavivar la polémica sobre la instrumentalización de los partos y las bondades
de dar a luz en casa. Y no puedo con ésto. Me revelo. Posiblemente muchos van a
pensar que soy una reaccionaria. Pero yo me considero una moderna.
He parido en España y en Suecia. Sí, en
Suecia también. En el país soñado para ser madre. En los dos países parí en la
sanidad pública. Y he de decir que... tachán... se pare prácticamente igual
aquí que allí. Volvería a parir en cualquiera de los dos lugares. En uno se
hacen mejor unas cosas, y en el otro otras. No voy a entrar en detalles que
esto se alargaría como La Odisea o como una historia de mili y no es plan. Sin
embargo, diré que si tuviera que elegir me quedaría con España. ¿Sorprendidos,
no? ¿Qué por qué? Pues porque aunque los dos fueron partos instrumentalizados,
sí el sueco también, el español fue un poquito más instrumentalizado aún.
Vamos, que yo me sentí más segura y algunos detallitos como que mi hija sueca
se cagó literalmente en mi torso desnudo mientras disfrutábamos de nuestro
primer piel contra piel y nadie me limpió a excepción de mi marido con unas
toallitas húmedas que habíamos llevado casualmente nosotros, pues hacen que me
gustase más el nacimiento de mi hija española.
El parto español fue largo y duro. Treinta
y dos horas porque me lo provocaron por mi seguridad y por la de mi hija. Sí,
fue así. No lo dudo ni por un momento porque confío en la profesionalidad del
personal sanitario que llevó mi embarazo y mi parto. No digo que no haya algún
garbanzo negro, que en todas las profesiones los hay. Pero no son la mayoría.
La mayoría son personas que se forman durante años para asistir a mamás y bebés
de la mejor forma posible en cada caso. En 32 horas de parto pasaron varios
turnos de matronas, enfermeras, auxiliares y tocólogos. Solo dos de estas
personas fueron poco atentas a mis necesidades y temores. ¿Qué se le va a
hacer?, un mal menor si tengo en cuenta todo el amor y la atención que me
brindaron el resto.
Uno de los mejores aliados que tuve en
aquel parto fue la tecnología. Y no me refiero a los SMS, que por entonces el
WhatsApp no existía. Fueron los monitores que controlaban que mi hija no estaba
experimentando sufrimiento fetal aunque yo me estaba retorciendo de dolor con
las contracciones por un problema que tuve con la epidural. ¡Ojala hubiese
funcionado la epidural en mi caso y no hubiese tenido que parir con tanto
dolor! Comadronas y tocólogos estuvieron aguardando para ver si podían evitar
la cesárea que parecía casi la solución final. Pero no, pudieron evitarla. Mi
hija nació de parto natural. Grandes profesionales, gran seguridad.
Siempre me acordaré de la matrona que me dio
el curso de preparación al parto. Era una mujer bastante desagradable de trato.
De esas que nos causan miedo a todas las embarazadas y de las que dan fama
terrible a su profesión. Era mayor y con mucha experiencia. Había estado años
en un gran hospital madrileño. Ya digo que invitarla a casa a tomar un café no
se me habría ocurrido en la vida. No teníamos nada en común. Y sin embargo, he
de reconocer que nos dio un curso fantástico. Nos enseñó como cuidar a los
bebés sin ñoñerías, pero correctamente y con cariño. Nos dio muchos y buenos
consejos. Sabía de lo que hablaba. Su experiencia estaba ahí, aunque no su
empatía. Recuerdo especialmente dos frases. Una fue: "una madre nunca sabe
la fuerza que tiene hasta que no tiene que sacarla. Y es infinita." Y la
otra: "Que no os coman el tarro. Más vale una cesárea de más, que una de
menos. Los partos no son una ciencia exacta, y hay que tomar decisiones rápidas.
La vida va en ello".
Mis abuelas parieron en casa todos sus
hijos. Y fueron unos cuantos. Una de mis tías literalmente se crio entre
algodones. Fue prematura y no existían las incubadoras. Estoy segura que mi
abuela habría preferido una incubadora de las de enchufe y lucecitas que los
algodones. Mi bisabuela vió morir a varios de sus hijos por enfermedades que
hoy tienen vacunas. No puedo preguntarlas, pero mi instinto de nieta y las
historias que he oído contar a mis padres me dicen que ellas habrían preferido,
como yo, partos instrumentalizados.
Mi madre es una mujer de transición. Su
primer hijo nació en casa. Su Doula fue su abuela, mi bisabuela. Sus comadronas
las vecinas y su suegra, mi abuela. Y el tocólogo y neonatólogo el médico del
pueblo. Mi hermano llegó a este mundo en casa. Mi hermana y yo en hospital. Mi
madre, al igual que yo, prefiere el hospital. Se sentía más segura e igualmente
bien tratada y querida.
Como decía al principio me hubiese gustado
escribir este post con datos numéricos exactos, pero no he podido. Perdón por
incompatibilidad con las matemáticas. Lo que es incuestionable aunque no dé el
dato exacto, es que la mortalidad infantil, perinatal y la de las madres en el
parto ha descendido muchísimo en el último siglo. Por eso... como gráficamente
expresaba otra buena amiga, Pilar, durante su parto... "viva el señor
Epidural". A lo que yo añado, ¡viva el parto instrumentalizado! y ¡vivan
las vacunas!.